Darwin y la evolución: un gran paso para una
visión objetiva de la especie humana en la naturaleza.
El genuino Darwin.
¿Qué
puede saber de Darwin un lector medio, con algún interés por la biología? Probablemente
tendrá unas nociones sobre el estado de la biología antes de Darwin, y de la
revolución que supuso la irrupción del darwinismo, y que, hasta la llegada de
Darwin dominaba el creacionismo, con una concepción de la naturaleza, creada
por Dios, fija e inmutable.
La
historia científica de la evolución comienza con Jean-Baptiste de Lamarck.
Pero, generalmente, se insiste más en asociar a Lamarck como padre de la idea
de la herencia de los caracteres adquiridos que con las auténticas señas de
identidad lamarckianas: los seres vivos más primitivos surgen mediante
generación espontánea y evolucionan, mediante una necesidad o impulso interno
de cambio, hacia una mayor perfección. Como resultado imperfecto, de esta
tendencia progresiva, se producen desviaciones adaptativas laterales frente a los
cambios del entorno. En este sentido, también es muy probable que algunos
lectores no sepan que Darwin (1) propuso una teoría de la herencia de carácter
lamarckiano, la “pangénesis”, basada
en la “herencia del uso y del desuso”: los hábitos adquiridos por un individuo
modificarían sus órganos corporales, y éstos producirían unas entidades
microscópicas, denominadas “gémulas”, que se acumularían en las gónadas,
transfiriendo así las modificaciones de los órganos de los progenitores a los
órganos de la descendencia. Darwin -y su teoría de la pangénesis, desacreditada
en varias ocasiones- encontraría actualmente consuelo en las crecientes
investigaciones sobre los exosomas: vesículas extracelulares diminutas que
intervienen en la comunicación entre todos los tipos celulares, incluidos los
gametos. Están cargadas de lípidos y un amplio surtido de proteínas y ácidos
nucleicos, que varía en función del tipo celular y de su estado fisiológico:
proteínas de adhesión celular, de fusión, transportadores de membrana,
citoesqueléticas, de señalización intracelular, relacionadas con la síntesis de
proteínas, de respuesta a estrés, enzimas variadas; y, también, varios tipos de
ARNs, así como múltiples fragmentos de ADN, que portarían secuencias de todos
los cromosomas. García Rodríguez (2).
Fig.1. Charles Darwin
(1809-1882).
A
diferencia de Lamarck, en la teoría darwiniana de la selección natural, la
evolución se produce, sin propósito previo ni sentido alguno, mediante la
generación previa de variación individual, que conlleva un aumento de las
posibilidades de sobrevivir y de reproducirse –selección natural y selección
sexual- de los individuos más adaptados a los cambios del medio ambiente.
Darwin sabía, por la práctica de los criadores de razas domésticas, que las
especies albergan una fuente inagotable de variabilidad; y que la selección
natural era independiente de los mecanismos generadores de la misma.
Así,
en el capítulo IV de “El origen de las
especies por selección natural” Darwin (3) nos dice: “...la variabilidad
que encontramos casi universalmente en nuestras producciones domésticas no está
producida directamente por el hombre… Tengamos también presente cuán
infinitamente complejas y rigurosamente adaptadas son las relaciones de todos
los seres orgánicos entre sí y con condiciones físicas de vida. Si esto ocurre,
¿podemos dudar –recordando que nacen muchos más individuos de los que acaso
pueden sobrevivir- que los individuos que tienen ventaja, por ligera que sea,
sobre otros tendrían más probabilidades de sobrevivir y procrear su especie? A
esta conservación de las diferencias y variaciones individualmente favorables y
la destrucción de las que son perjudiciales, la he llamado yo selección natural o supervivencia de los más
adecuados. Varios autores han interpretado mal o puesto reparos a la
expresión selección natural. Algunos hasta han imaginado que la selección natural produce la
variabilidad, siendo así que implica solamente la conservación de las
variedades que aparecen y son beneficiosas al ser en sus condiciones de vida”.
Fig.2. El Origen de las
Especies se publicó el 24 de Noviembre de 1859.
Además,
en el capítulo I, plantea: “Por lo general los criadores hablan de la
organización de un animal como algo plástico, que se puede modelar a voluntad… Si
la selección consistiera meramente en separar una variedad muy típica, y hacer
cría de ella, el principio sería tan evidente como apenas digno de mención;
pero su importancia reside en el gran efecto producido por la acumulación en
una dirección, durante generaciones sucesivas, de diferencias absolutamente
inapreciables para el ojo no experto.”
Aquí
Darwin resalta la importancia de la selección en el fabuloso despliegue de
formas, pero lo más importante es la llamada de atención que nos hace de que es
preciso una constelación de variaciones (“absolutamente
inapreciables para el ojo no experto”), no una o unas pocas muy evidentes.
Así
pues, a diferencia del planteamiento genético actual -presente en la teoría
sintética de la evolución, pendiente de las frecuencias relativas de variantes
de genes aislados que mutan- Darwin se centra directamente en el fenotipo,
considerado como un todo, y en el papel del ambiente selector de ese todo.
Darwin subraya el carácter conservador y acumulador –y no generador directo de
variaciones- de la selección natural.
La revolución científica darwiniana.
Aún
después de la exitosa publicación de El
Origen de las especies por medio de la selección natural, Darwin se sentía
incomprendido en la esencia misma de su construcción teórica. Así, en su
autobiografía (1887) declara:
“Se ha
dicho a veces que el éxito del Origen demostraba que ‘el tema flotaba en el
ambiente’, o que ‘la mente humana estaba preparada para él’. No creo que sea
estrictamente cierto, pues, de vez en cuando, sondeé a no pocos naturalistas y
jamás me topé con ninguno que dudara, al parecer, sobre la permanencia de las
especies. Ni siquiera Lyell o Hooker parecieron estar nunca de acuerdo conmigo,
a pesar de que solían escucharme con interés”. Darwin (4).
¿De
dónde viene el rechazo e incomprensión a la teoría darwiniana que, en parte,
llega a nuestros días? Muchos autores coinciden en que los problemas con la
obra de Darwin vienen del concepto de selección natural.
Para
algunos autores darwinistas actuales el problema de aceptación de la teoría de
la selección natural, tal como la formuló Darwin, es de índole filosófica
cuando no religiosa. Así, en 1977, Gould (5) se pregunta: “¿Por qué ha
resultado Darwin tan difícil de asimilar?”
“No se impuso [la selección natural] hasta la década de 1940, e incluso
hoy en día… sigue siendo ampliamente mal interpretada, se cita con errores y se
aplica mal”. Gould continua explicando que el problema radica en el
planteamiento filosófico materialista de Darwin: “Darwin temía sacar a la luz
algo que percibía como mucho más herético que la propia evolución: el
materialismo filosófico, el postulado de que la materia es la base de toda la existencia
y de que todos los fenómenos mentales y espirituales son sus productos
secundarios. No existía idea alguna que pudiera resultar más demoledora para
las enraizadas tradiciones del pensamiento occidental que la afirmación de que
la mente –por compleja y poderosa que fuera- era un producto del cerebro…”.
A
este respecto, Eldredge (6) y Gould (5) comentan las distintas posiciones
filosóficas y religiosas de algunos autores, evolucionistas o no, donde se
aprecia la radical diferencia con el materialismo monista de Darwin.
En
primer lugar -por proximidad y méritos propios en la formulación de una teoría
de la evolución por selección natural, de forma independiente a la realizada
por Darwin- conviene mencionar a Wallace; subrayando, fundamentalmente, el carácter
netamente dualista de su concepción diferencial de la mente y del cerebro
humanos.
Así,
en su libro El origen del hombre,
Darwin nos dice:
“Debió
realizarse un extraordinario progreso en el desarrollo del entendimiento, así
que entró en uso, mitad por arte y mitad por instinto, el lenguaje, pues el
hábito repetido de la palabra al obrar activamente sobre el cerebro y producir
efectos hereditarios, impulsaba a la vez el perfeccionamiento del lenguaje… el
volumen del cerebro humano, en relación con el cuerpo, comparado con el de los
animales inferiores, puede atribuirse principalmente al uso precoz de una forma
simple de lenguaje. Las facultades intelectuales del hombre más elevadas, como
las de raciocinio, abstracción, propia conciencia, etc., son probablemente
consecuencias del constante mejoramiento y ejercicio de las otras facultades
intelectuales”.
Y,
más adelante, hablando de la selección sexual, añade:
“El que
admita el principio de la selección sexual, se verá conducido a la notable
conclusión de que el sistema nervioso no tan sólo regula la mayor parte de las
funciones existentes en el cuerpo, sino que ha influido directamente sobre el
progresivo desarrollo de varias estructuras corporales y de ciertas cualidades
mentales…; y estas facultades del entendimiento dependen manifiestamente del
desarrollo del cerebro”. Darwin (7).
Ambiente científico en la época de Darwin.
Continuando
con el ambiente científico de la época, Eldredge (6) apunta que los
intelectuales y científicos se dividían principalmente en dos grandes grupos:
el de los clérigos, que dedicaban parte de su abundante tiempo libre al estudio
del mundo natural, y el de los hombres con fortuna suficiente para poder dedicarse
a la ciencia. Entre los que tuvieron mayor influencia en Darwin, encontramos a
Adam Sedgwick y a John Stevens Henslow, ambos clérigos y profesores de
universidad; y, entre los segundos, podemos destacar a Charles Lyell, abogado
prestigioso que, a pesar de su fortuna familiar y personal, le dedicaba tanto
tiempo y pasión a la ciencia como para dar clases en la universidad, y ser uno
de los padres de la geología moderna. Lyell, en su obra Principios de Geología, destaca el carácter gradual de los
fenómenos geológicos actuales para entender los pasados, en oposición a las
explicaciones catastróficas del relato bíblico como el diluvio universal. Las
posiciones gradualistas de Darwin, de las que dudaba en ocasiones, tenían este
origen geológico y, como veremos más adelante, en biología se oponían al
catastrofismo de Cuvier.
Pero
entre estos dos grupos de científicos, estaban emergiendo científicos de nuevo
cuño: los científicos profesionales, que como profesores universitarios
percibían un sueldo por su trabajo.
Darwin
estableció contacto con muchos de estos científicos profesionales; y, entre los
primeros estaba Robert Grant, profesor de la universidad de Edimburgo, que
inició a Darwin en la metodología rigurosa de la recogida de muestras de
invertebrados. También el botánico Joseph Hooker, con el que Darwin mantuvo una
constante relación de amistad y de respeto mutuo, aunque no compartieran muchas
de sus ideas sobre el mundo natural.
Pero,
sin duda, el científico profesional más importante para Darwin fue Thomas Henry
Huxley, prestigioso profesor de anatomía comparada y gran protector de Charles,
que defendió con gran convicción y fiereza El
origen de las especies, hasta el punto de recibir el apodo de “Bulldog de
Darwin”. Con la publicación del Origen,
en 1859, Huxley encontró una nueva concepción evolucionista de la naturaleza
con la que enfrentarse a su colega
anatomista Richard Owen (director de la colección de ciencias naturales del
Museo Británico), y, a su través, a las ideas religiosas sobre la naturaleza.
Como la mayoría de los anatomistas de la época, Owen era esencialista, se
oponía a la evolución biológica, y creía en la existencia de “arquetipos”
anatómicos básicos creados por Dios.
Por
su parte, Charles Darwin gozaba de una gran independencia económica, religiosa
y política –no necesitaba trabajar para vivir, ni como clérigo ni como profesor
universitario- por lo que, en principio, podría disponer de una total libertad
de pensamiento; pero, como veremos, estas circunstancias le llevaron a padecer
una enorme soledad: la soledad de un científico aficionado, firme defensor de
sus ideas, de carácter conciliador en el trato personal, pero no acomodaticio
ni condescendiente en el compromiso con su obra científica. Quizá no fuera
totalmente consciente del alcance de su decisión de ser un científico
independiente, al modo de Lyell, aunque Darwin no llegó a ser profesor de
universidad. Recordemos que Darwin comenzó su carrera científica como geólogo,
precisamente siguiendo los pasos de Lyell; pero es su paso a la biología -y,
sobre todo, el descubrimiento de su teoría (“mi teoría”, como él la llamaba) la
selección natural- el que marca su posición diferencial con el resto del mundo
científico.
Circunstancias vitales que forjaron la obra
de Charles Darwin.
Pero,
¿cómo era Darwin? ¿Cómo era ese genio que dio un giro copernicano a la forma de
ver la naturaleza, incluida la naturaleza humana como un producto más en ella?
¿De dónde surgió tanto talento?
El
mismo Darwin, en su autobiografía (4), agrupa sus recuerdos alrededor de tres
etapas, destacando la importancia central del viaje del Beagle en el desarrollo
de su carrera científica.
La etapa de formación inicial –previa al viaje del
Beagle- es donde Darwin analiza las características heredadas de sus padres:
sus capacidades mentales congénitas y su temperamento, junto con los recuerdos,
principalmente familiares y académicos, de las circunstancias que le llevaron a
modelar inicialmente su mente y su carácter.
Charles
Darwin nació el 12 de febrero de 1809 en el seno de una familia acomodada, y
recuerda a su padre como “el hombre más cariñoso que he conocido”, y como “el
hombre más grande que he visto”; pero, también le impresionaban, y mucho, su
inteligencia y su enorme capacidad de observación, y, quizá por todo esto,
Darwin temía defraudar a su padre, que era médico, al igual que su abuelo
Erasmus –a su vez, también naturalista y poeta-; y, aunque Charles parecía
estar abocado a seguir la carrera de medicina, él dudaba de sus capacidades
para ello. De entrada, quizá acomplejado por las brillantes cualidades
paternas, cuestionaba su propia capacidad mental: “Mi padre, según le oí decir,
creía que los recuerdos de las personas de mente poderosa se remontan, en
general, muy atrás, hasta periodos muy tempranos de su vida. No es mi caso…”.
“Antes de asistir al colegio fui educado por mi hermana Caroline… Me han
contado que era mucho más lento para aprender que mi hermana menor, Catherine,
y creo que fui en muchos sentidos un chico travieso”. El primer colegio de
Charles fue sin internado, y de esa época él destaca su “gusto por la historia
natural” y “la pasión por coleccionar”…”me sentía interesado, al parecer, ¡por
la variabilidad de las plantas!”. El segundo colegio de Charles, en régimen de
internado, fue el del Dr. Butler, también en Shrewsbury; donde permaneció siete
años, hasta los 16, sin gran provecho: “Nada pudo haber sido peor para mi
desarrollo intelectual…” “Cuando deje el colegio no era ni avanzado ni
retrasado para mi edad; creo que todos mis maestros y mi padre me consideraban
un muchacho corriente, más bien por debajo del nivel intelectual normal”. Pero
lo que más le mortificaba era una frase que le espetó su padre: “Lo único que te interesa es la caza, los
perros y cazar ratas, y vas a ser una desgracia para ti y para toda tu familia”.
Quizá
para entender todo el proceso de la enorme proeza de Darwin, convenga saltar al
final de la historia. Ya en 1876, seis años antes de su muerte, Darwin escribe
su autobiografía (4) y, al final de la misma introduce un capítulo que lleva
por título “Valoración de mis capacidades
mentales”. A pesar de que, en ese momento, ya había publicado lo principal
de su obra, y gozaba de gran prestigio y reconocimiento en el mundo científico,
Darwin sigue viéndose como una persona poco brillante en sus capacidades
intelectuales: “No soy consciente de que mi mente haya cambiado durante los
últimos 30 años”. “Sigo teniendo tanta dificultad como siempre para expresarme
con claridad y concisión…, pero que, como compensación, ha tenido la ventaja de
obligarme a pensar largo y tendido cualquier frase…”. “No poseo una gran
rapidez de entendimiento o de ingenio, tan notable en algunas personas
inteligentes, como, por ejemplo, en Huxley”. “Mi capacidad para el pensamiento
prolongado y puramente abstracto es muy limitada; además, nunca habría tenido
éxito en el terreno de la metafísica o las matemáticas. Mi memoria es amplia
pero imprecisa…”.
Aun
admitiendo algún grado de modestia en las opiniones de Darwin, no podemos
hablar de falsa modestia; su sinceridad y honradez intelectual están fuera de
toda duda. En este sentido, Darwin también considera que posee algunas
capacidades notables: “Como saldo a favor, pienso que soy superior al común de
los mortales para percatarme de cosas que no atraen fácilmente la atención y
observarlas con cuidado. Mi diligencia en observar y recabar datos ha sido casi
todo lo grande que podía ser…mi amor por la naturaleza ha sido siempre
constante y ardiente… Desde mi primera juventud he experimentado un deseo
fortísimo de entender o explicar todo cuanto observaba –es decir, de agrupar
todos los datos bajo leyes generales-. Todas estas causas unidas me han proporcionado
la paciencia para reflexionar o sopesar durante varios años cualquier problema
inexplicado. Hasta donde puedo juzgar, no estoy hecho para seguir ciegamente la
guía de otras personas. Me he esforzado constantemente por mantener mi mente
libre…”. Y, ya en la última página, concluye: “Por tanto, independientemente
del nivel que haya podido alcanzar, mi éxito como hombre de ciencia ha estado
determinado, hasta donde me es posible juzgar, por un conjunto complejo y
variado de cualidades y condiciones mentales. Las más importantes han sido el
amor a la ciencia, una paciencia sin límites al reflexionar largamente sobre
cualquier asunto, la diligencia en la observación y recogida de datos, y una
buena dosis de imaginación y sentido común. Es verdaderamente sorprendente que,
con capacidades tan modestas como las mías, haya llegado a influir de tal
manera y en una medida considerable en las convicciones de los científicos
sobre algunos puntos importantes”.
¿Es
realmente tan sorprendente que Darwin lograra explicar lo que John Herschel
denominó “el misterio de los misterios”? En este sentido, las críticas negativas
de Herschel, y la de otros científicos amigos de Darwin, a la selección
natural, le produjeron un cierto desánimo. Por otra parte, el incondicional Huxley,
exclamó al escuchar la formulación de la teoría de la selección natural: “¡Qué
increíblemente estúpido no haber pensado en ello!”. Pero, ¿por qué es tan
peligrosa la teoría de la selección natural como para provocar oleadas de
indignación y desagrado, incluso en nuestros días?
Para
abordar estas preguntas vamos a retroceder a algunos aspectos de la etapa de
formación académica de Charles, concretamente a su tendencia innata al
coleccionismo y la clasificación.
El
gran fracaso en los estudios de medicina, en la Universidad de Edimburgo, se
vio compensado por algunos contactos que Darwin realizó allí, y que le
permitieron perfeccionar y profundizar sus conocimientos sobre recolección,
tratamiento y clasificación de especímenes biológicos. También le fueron muy
útiles unas clases de pago que recibió para aprender a disecar animales. Estos
nuevos conocimientos le resultaron muy valiosos para su futura dedicación a la
ciencia; así que, cuando su padre decidió mandarle a Cambridge a estudiar
Teología, estableció allí nuevos contactos que le permitieron profundizar en su
formación de naturalista. En los cuatro años que Darwin pasó en Cambridge
(1828-1831), los dos profesores más decisivos para su futura carrera
científica, fueron el botánico J. S. Henslow y el geólogo A. Sedgwick, ambos
clérigos. Este profesor de botánica, con el que Darwin daba largos paseos, fue
un verdadero amigo para él, y decisivo en su vida. Muy pronto le introdujo en
su vida familiar, y llegó a darle alojamiento en su casa; pero su intervención
más importante fue su recomendación para viajar en el Beagle, como naturalista
no retribuido y alojado en el camarote del capitán Robert Fitz-Roy. Henslow
tomó la decisión de implicar a Darwin en este viaje, porque estaba seguro de
las capacidades de Darwin como naturalista, y porque también sabía que no era
hombre de Iglesia; pero lo que él no podía intuir era el salto prodigioso que
iba a dar la mente de este joven coleccionista apasionado por la naturaleza;
Darwin tampoco. El Beagle comenzó su singladura el 27 de diciembre de 1831; en
él iba un nuevo Charles Darwin, lleno de dudas, pero dispuesto a tensar al
máximo su nueva libertad y su amor por la naturaleza.
El viaje de circunnavegación del Beagle duró cinco años
(1831-1836) y, como el mismo Darwin reconoce sería como un nuevo nacimiento, el
comienzo de su segunda vida. Dejaba atrás preocupaciones y miedos, quizá el
mayor el de defraudar las expectativas de su padre. Ahora, a sus veintidós
años, tenía el mundo natural por descubrir; y, en mayor o menor grado, la
confianza de sus profesores y familiares. Esta confianza se asienta en las
mismas cualidades positivas que Darwin enumera en su autobiografía al final de
sus días. Esas cualidades que a Darwin le parecían de poco lustre para alcanzar
la fama que alcanzó; para socavar los cimientos de la concepción, sobre el
mundo natural, que se tenía en la cultura occidental del momento.
Pero,
para entender bien el proceso de transformación mental de Darwin, en este
viaje, conviene señalar que, efectivamente, la mayoría de las cualidades
propias -de las que Darwin nos habla en su autobiografía- ya estaban presentes
en el joven Charles, antes de zarpar; pero, como veremos, en el periplo del
Beagle, estas cualidades crecieron, se
trabaron y potenciaron. Así, como ejemplo del compromiso científico de Darwin
al embarcar, tenemos que, en el viaje con Sedgwick, para estudiar la geología
del norte de Gales, atajó por las montañas para poder llegar antes a su casa e
ir a cazar: “en aquel tiempo habría considerado una locura perderme los
primeros días de la temporada de la perdiz por la geología o por cualquier otra
ciencia”. Entonces, ¿qué hizo que Darwin cambiara tan radicalmente?
Fig.7. El viaje de
circunnavegación del Beagle (1831-1836).
Muchas
fueron las influencias que se fueron tejiendo para lograr esa profunda
transformación en él. Quizá, entre ellas,
estuvieran sus primeras crisis serias con la religión, probablemente
iniciadas por sus desavenencias con el capitán Fitz-Roy, un aristócrata
profundamente religioso.
Fitz-Roy
apreciaba la compañía de Darwin: le pesaba mucho la soledad que tenía que
soportar un capitán de la marina británica, totalmente aislado, al estar por
encima del resto de la tripulación, oficialidad incluida; el estatus de Darwin,
a bordo del Beagle, era distinto: Fitz-Roy cedía parte de su camarote para
disfrutar de la compañía de algún joven culto y de buena familia, fuera de las
relaciones jerárquicas del resto de la tripulación. Así pues, aunque muchas de
las firmes opiniones de Darwin le encolerizaban, luego retornaba la calma y la
conveniencia de mantener la compañía de Charles. Por el contrario, a éste, de
mucho mejor carácter pero firme en sus convicciones, le fue haciendo mella el
comprobar que personas de fuertes creencias religiosas, como Fitz-Roy, pudieran
tener ideas y comportamientos tan detestables como la defensa de la esclavitud.
Los desencuentros entre ellos se extendieron al terreno de las interpretaciones
de Darwin acerca de los fenómenos naturales, cada vez más alejados de las ideas
fijistas y creacionistas que tenía al zarpar.
Darwin
resalta en su autobiografía (4) la importancia de este viaje para la
realización de su obra: “El viaje del Beagle ha sido, con mucho, el
acontecimiento más importante de mi vida y determinó toda mi carrera…Siempre he
pensado que debo a aquel viaje mi primera formación o educación intelectual
auténtica. Tuve que fijarme atentamente en varios campos de la historia
natural, con lo que mejoró mi capacidad de observación, aunque ya estaba
bastante desarrollada”. “La investigación de la geología de todos los lugares
visitados fue mucho más importante, pues es en ella donde se pone en juego el
razonamiento”.
Durante
el viaje, Darwin estudió a Lyell, admirando la superioridad de sus argumentos
sobre la del resto de los geólogos de la época, fundamentalmente su
gradualismo, en oposición a los planteamientos catastrofistas de fijistas y
creacionistas. Las primeras contribuciones científicas de Darwin fueron en este
campo; y, así, describió y explicó la geología de Santiago, elevaciones y
hundimientos que afectaban a volcanes, los orígenes y los efectos de los
terremotos, también resolvió el problema de las islas de coral, entre otras
aportaciones: “Fue entonces cuando caí en la cuenta por primera vez de que,
quizá, podía escribir un libro sobre la geología de los diversos países
visitados por mí, lo que me hizo estremecer de placer”. Así, en 1842 se publicó
La estructura y distribución de los
arrecifes de coral; en 1845 la nueva edición, que corrige la de 1839, del Diario de investigaciones, donde relata
sus impresiones del viaje del Beagle; y en 1846 se publica Observaciones geológicas sobre Sudamérica.
Por
su parte, la biología le puso más dificultades para elevar sus conocimientos a
teoría, deslumbrado por la exuberancia de aquella naturaleza: “El esplendor de
la vegetación de los trópicos…la sensación de sublimidad que me producían los
grandes desiertos de la Patagonia y las montañas de la Tierra del Fuego,
cubiertas de bosques…La visión de un salvaje desnudo en su tierra nativa…Muchas
de mis excursiones a caballo por territorios agrestes o en barca, algunas de
las cuales duraron varias semanas…”. Inicialmente, en lo relativo a los seres
vivos, Darwin observó, coleccionó, describió y clasificó, mejorando
notablemente estas capacidades suyas con la práctica, pero lo hizo fascinado y
abrumado por la lujuriante naturaleza que le rodeaba. No obstante, de forma
imperceptible, Darwin iba tejiendo su singular trama de capacidades y
experiencias que harían de él un gran científico. Así, en relación al viaje, le
concede una gran importancia al “hábito adquirido entonces de una enérgica
laboriosidad y una atención intensa en todo cuanto emprendía. Procuraba que
cualquier cosa sobre la que pensaba o leía influyera directamente en lo que
había visto o era probable que viese; y mantuve ese hábito intelectual durante
los cinco años de viaje. Estoy seguro de que fue ese entrenamiento lo que me ha
permitido hacer todo cuanto he llevado a cabo en ciencia”.
La
transformación que, en el viaje, estaba experimentando Darwin era notable. A
diferencia de lo que decía cuando realizó, con Sedgwick, la excursión geológica
al norte de Gales, ahora la ciencia ocupaba el primer lugar en su cabeza: “mi
amor por la ciencia se impuso gradualmente a cualquier otro gusto…, la caza
constituía un obstáculo para mi trabajo…”.
Pero,
volviendo a la biología, es en las Galápagos y, posteriormente, en Australia
donde Darwin empieza a ver algo de luz entre tanta espesura: “el descubrimiento
de las singulares relaciones entre los animales y plantas que poblaban las
diversas islas del archipiélago de las Galápagos y las existentes entre todos
ellos y los que habitan América del Sur”. Al final del viaje Darwin tiene ya
una clara problemática biológica: concede una importancia a la distribución
geográfica de las especies en el continente y en las islas, de manera que
comienza a pensar en la transformación o modificación de unas especies en
otras; y quizá barruntara también algo acerca del origen animal del hombre.
Pero es en las Galápagos donde Darwin comienza a vislumbrar el árbol de la vida.
Darwin regresa a Inglaterra el 2 de octubre
de 1836,
y es un hombre completamente distinto del que partió cinco años antes.
Poco
después de su regreso, comenzó a explicar los hechos observados en las
Galápagos, relacionándolos con la evolución divergente: en el continente había
una especie de pinzón que fue el antecesor común de las diferentes especies de
pinzones que poblaban cada isla, adaptadas a nichos ecológicos distintos, en la
misma o en distintas islas.
Pronto
empiezan sus primeras publicaciones, aunque, por distintos motivos, se resiste
a publicar su teoría principal (“mi teoría” como decía él), la selección
natural: “No tardé en constatar que la selección era la clave del éxito del ser
humano en la creación de razas útiles de animales y plantas. Pero durante un
tiempo fue para mí un misterio cómo se podía aplicar la selección a organismos
que vivían en estado natural.
En
octubre de 1838, es decir, 15 meses después de haber iniciado mi indagación
sistemática, leí por casualidad y para entretenerme el libro de Malthus Sobre la población, y como, debido a mi
larga y continua observación de los hábitos de los animales y las plantas, me
hallaba bien preparado para darme cuenta de la lucha universal por la
existencia, me llamó la atención enseguida que, en esas circunstancias, las
variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser
destruidas. El resultado de ello sería la formación de nuevas especies. Ahí
tenía, por fin, una teoría con la que trabajar; pero me preocupaba tanto evitar
cualquier prejuicio que decidí no escribir durante un tiempo ni siquiera el
menor esbozo de la misma”. Darwin (4).
¿Por qué tarda Darwin más de veinte años en
publicar “su teoría” de la selección natural?
Muchos
autores creen que Darwin padecía una neurosis, propiciada, en parte, por su
lucha interna al tener que elegir entre ser uno de los mejores naturalistas de
su tiempo, o ser honesto con sus sorprendentes descubrimientos, y asumir la
responsabilidad de iniciar una auténtica revolución en las ciencias naturales.
Pero, ¿cómo guardarse ese descubrimiento? ¿Cómo disimularlo? Darwin evita
entrar en liza con la religión; por prudencia pero también por respeto,
fundamentalmente hacia familiares y amigos con sentimientos religiosos.
No
obstante, su teoría supuso un gran paso para una visión objetiva de la especie
humana en la naturaleza viva; por fin liberada de la creación divina, y dueña y
responsable de su propio destino.
Charles
Darwin nos demostró que la realidad se nos ofrece fácilmente cuando no queremos
violentarla: basta con observar, describir, ordenar, relacionar, experimentar
y, sobre todo, buscar la coherencia de la realidad con honestidad, con honradez
intelectual, con planteamientos objetivos. Pero sí, por el contrario, colocamos
en el centro del problema lo que no es, entonces todo se retuerce y se complica
con esferas armilares y creaciones divinas.
La
gran curiosidad y la honestidad intelectual de Darwin constituyeron la brújula
que le permitió andar por la naturaleza sin prejuicios y sin intereses
bastardos, alejado de soluciones acomodaticias y contemporizadoras. Sólo así
consiguió desvelar algunos de los misterios de la vida que todos tenían ante
sus ojos.
Bibliografía:
(1)
Darwin, C. (2008). La variación de los
animales y las plantas bajo domesticación. Editorial
Catarata.
Madrid.
(2)
García Rodríguez, A. (2018). ¿Me conoces?
Soy un exosoma. UAM Ediciones. Madrid.
(3) Darwin,
C. (1980). El origen de las especies.
Ed. Bruguera. Barcelona.
(4) Darwin,
C. (2009). Autobiografía. Editorial
Laetoli. Pamplona.
(5) Gould,
S. J. (2010). Desde Darwin. Reflexiones sobre historia natural.
Crítica. Barcelona.
(6) Eldredge,
N. (2009). Darwin. El descubrimiento del árbol de la vida.
Katz Editores. Buenos Aires. Madrid.
(7) Darwin,
C. (2004). El origen del hombre. Ed.
Edaf. Madrid.
Alfonso Ogayar Serrano
Biólogo
y Profesor de Enseñanza Secundaria.
Querido Alfonso:
ResponderEliminar¡Qué bien has reseñado el panorama científico que rodeaba a Darwin y cómo has retratado a ese ser humano que me fascinó hace años al leer su Autobiografía! Me traes el aroma de mis estudios de Historia de la Ciencia dentro de Filosofía...
Y como fue decisivo en Darwin y en los sabios en general, es la curiosidad por otras materias, lo que permite entretejer teorías a partir de otras disciplinas.
Lo propio no es sino lo ajeno por descubrir.
Un placer seguir conversando contigo, a través de la lectura. Enhorabuena.
Gracias Laura por tu generoso comentario. Me alegra mucho que este capítulo te mueva a la reflexión filosófica y al recuerdo de tus años de estudiante; pero sobre todo al placer de la conversación colectiva, tejida por la lectura. En el blog que aparece en la bibliografía publiqué, en diciembre de 2018, un artículo sobre Darwin muy parecido pero algo más amplio; y, curiosamente, en enero apareció este otro que también tiene que ver con el tema. Más conversación pues.
ResponderEliminarBJHS, Page 1 of 31, 2019. © British Society for the History of Science 2019
doi:10.1017/Charles Darwin and the scientific mind DAVID STACK*
Mi verdadera intención fue aludir a mis estudios científicos, siendo profesora de Lengua y Literatura.Como he manifestado varias veces, la auténtica
ResponderEliminarcuriosidad y el humanismo trasciende
las especialidades y saberes y me
fascina que Darwin llegara a su teoría
a partir de fenómenos
observados/leídos en diferentes ramas
del saber.
Me gustaría pensar que se pueda recuperar ese interés por cualquier
asunto, sin que ello sea suponer una
ignorancia general.Cualquier
circunstancia está tangencialmente
tocada por otras y ello produce el
inmenso enriquecimiento del
saber.
Luego, están esas actitudes tan darwinianas, humanas, de asombro, pasmo, titubeo, duda...esos rumiantes ramoneos del pensar...
Darwin me parece fascinante por todo ello.
muy interesante la informacion
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