lunes, 1 de abril de 2019

Encontrar vida en otros mundos - Ester Lázaro Lázaro

Encontrar vida en otros mundos: un reto futuro para uno de los sueños más antiguos de la humanidad.



Nuestra relación con los cuerpos celestes.
La humanidad, desde sus orígenes, ha sentido una gran fascinación por el cielo y esas luces brillantes que aparecían suspendidas en él y que parecían regir nuestros destinos. El Sol y la lluvia hacían prosperar las cosechas, pero las tormentas y las sequías también podían destruirlas. El Sol nos iluminaba de día y la Luna de noche, aunque a veces sucedieran fenómenos extraños y, repentinamente, el planeta se quedara sumido en una gran oscuridad. Nuestro ritmo cotidiano parecía marcado por los astros, así que no es extraño que pensáramos que estos gobernaban nuestras vidas y los identificáramos con dioses, a los que había que rendir tributo para que fueran benévolos. En el antiguo Egipto se adoraba a Ra, en Grecia a Helios y en Persia a Mitra, nombres todos ellos que designaban al mismo dios: el dios del Sol. No debería extrañarnos, por tanto, que en muchas civilizaciones antiguas se consultaran las estrellas para predecir el futuro. Aun hoy, mucha gente sigue creyendo que el horóscopo puede ayudarles a saber qué les va a deparar el día a día y cómo pueden actuar mejor para resolver los retos de la vida.
A pesar de esta mezcla de temor y veneración por los cuerpos celestes, la humanidad, durante gran parte de su historia, mantuvo muy arraigada la creencia de que la Tierra era el centro del Universo, alrededor del cual giraban el resto de planetas del Sistema Solar. Al mismo tiempo, la mayoría de las religiones y mitologías apoyaban la idea de que el hombre era el rey de la creación, al que estaba supeditada el resto de la vida terrestre. En ese contexto, la Tierra se nos mostraba como un planeta especial que, muy probablemente, era el único habitado. En el hipotético caso de que existiera vida en otros mundos, esta sería obra del mismo Creador que había originado la vida terrestre, así que no debería ser muy diferente de ella. En ese escenario el hombre seguía siendo la especie destinada a reinar sobre todas las demás que pudieran poblar el Universo.
Esta visión cambió radicalmente cuando, en el siglo XVI, Nicolás Copérnico formuló la teoría heliocéntrica, demostrada unas décadas más tarde por Galileo Galilei, la cual afirmaba que el centro del Universo conocido no era la Tierra, sino el Sol. A partir de ese momento, tímidamente primero y más abiertamente después, comenzó a especularse con la posibilidad de que nuestro planeta no fuera tan especial como nos creíamos y, por tanto, no sería inconcebible que pudiera haber otros mundos similares, también poblados de vida.
El punto de inflexión respecto a la consideración del lugar ocupado por el hombre en el conjunto de la vida terrestre llegó a mediados del siglo XIX, cuando Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies, en el que exponía sus teorías sobre la evolución y la diversificación de la vida. Años más tarde, el descubrimiento del ADN como molécula de la herencia y la constatación de las similitudes que a nivel molecular comparten los seres vivos condujeron a la conclusión de que toda la vida de la Tierra procede de un ancestro común. Han sido los procesos de mutación y selección natural, actuando de forma concertada a lo largo de miles de millones de años, los que han dado lugar a toda la diversidad de la vida a partir de ese remoto antepasado. Esta visión despoja al ser humano del papel que creía tener como rey de la creación. En lugar de eso, parece que somos una especie más, producto del azar y de las características ambientales por las que ha pasado nuestro planeta a lo largo de su historia.
Cuando quedó claro que la Tierra era un planeta más entre otros muchos, y el hombre una especie más entre todas las que existen, desaparecieron muchos de los prejuicios mentales que nos impedían aceptar que pudiera haber vida en otros planetas y que, en caso de haberla, pudiera ser diferente de la vida que conocemos. Poco a poco, el desarrollo tecnológico y los avances científicos nos han permitido explorar los mundos más cercanos al nuestro y vislumbrar lo insignificantes que somos en un Universo que parece estar plagado de planetas. Actualmente estamos en condiciones de llegar a regiones muy alejadas de nuestro Sistema Solar y de poder investigar la presencia de vida en ellas. Pero antes de hablar de todo esto, merece la pena detenernos un poco para destacar tres grandes hitos científicos que han aumentado considerablemente nuestras expectativas de encontrar vida fuera de la Tierra.

La vida puede ser un fenómeno común en el Universo.
El primer gran hito que cambió nuestra concepción de lo que era la vida y como podría ser de frecuente en el Universo tuvo lugar en 1953, fecha en la que el químico Stanley Miller realizó su famoso experimento citado en multitud de libros de texto. Este consistió en mezclar en una cámara los gases que se creía que componían la atmósfera de la Tierra primitiva (metano, amoníaco, vapor de agua e hidrógeno) y aplicar una descarga eléctrica que proporcionara la energía necesaria para que dichos gases reaccionaran. Como resultado, se sintetizaron diversos aminoácidos, algunos azúcares y varias de las bases nitrogenadas que forman parte de los ácidos nucleicos, demostrándose así que muchos de los componentes esenciales de la materia viva podían ser sintetizados en condiciones abióticas. El experimento de Miller marcó el inicio de un nuevo campo de investigación, la química prebiótica, enfocado a investigar la síntesis de compuestos orgánicos en las condiciones físicas y con los ingredientes químicos que pudieron estar presentes en la Tierra primitiva. Actualmente ha sido posible sintetizar en el laboratorio la mayoría de los componentes básicos de la vida. Aunque no podemos afirmar que las reacciones químicas seguidas para la síntesis de estos compuestos sean las que precedieron al origen de la vida en la Tierra, los hallazgos tienen una importancia crucial, ya que demuestran que, si condiciones similares pudieran darse en otros planetas, ¿por qué no podría surgir la vida en ellos?
El segundo gran hito que queremos reseñar es el reconocimiento de que la vida es robusta y puede soportar condiciones físico-químicas que antes eran consideradas incompatibles con su existencia. El descubrimiento de los microorganismos extremófilos que, no solo soportan condiciones extremas, sino que incluso las requieren, ha cambiado enormemente nuestra idea sobre cómo deben de ser los lugares en los que puede prosperar la vida. Actualmente conocemos microorganismos termófilos (capaces de vivir a temperaturas mayores de 100ºC), acidófilos (que necesitan pHs muy ácidos o muy básicos), halófilos (que viven en presencia de concentraciones muy elevadas de sal), barófilos (que soportan presiones mucho más elevadas que las que existen en la superficie terrestre)… incluso existen unos pequeños animales invertebrados, los tardígrados, los cuales, ante circunstancias adversas, son capaces de deshidratarse casi completamente, pudiendo permanecer varios años en ese estado. Los tardígrados, además, pueden sobrevivir a temperaturas que oscilan entre los -272ºC y los 150ºC, resistir presiones seis veces superiores a las del más profundo de los océanos, radiaciones ionizantes, la inmersión en alcohol puro o éter y la exposición a condiciones de vacío. Todas estas formas de vida “extrema”, que podemos encontrar sin salir de nuestro planeta, quizás sean solo algunos ejemplos del tipo de vida que podemos esperar encontrar fuera de él.


Fig.1. Un tardígrado visto al microscopio electrónico. Créditos: ESA/Dr. Ralph O. Schill.


Por último, el tercer gran hito que mencionaremos es el descubrimiento de la gran cantidad de planetas extrasolares (que orbitan alrededor de una estrella que no es el Sol) que parece existir en el Universo. En diciembre de 2018, la NASA había confirmado la existencia de casi 4.000 de esos planetas, muchos de los cuales son planetas rocosos, como la Tierra, y están situados en la zona de habitabilidad de su estrella. Actualmente no podemos saber cómo es la atmósfera de esos planetas y si podrían albergar vida o no, algo que es esperable que las nuevas generaciones de telescopios nos ayuden a determinar. Sin embargo, lo más sorprendente es que los planetas extrasolares identificados hasta ahora son solo una mínima parte de los cientos de trillones que se cree que puede haber en el Universo. ¡Con estos números es muy difícil pensar que en alguno de ellos no pueda existir la vida!


Fig. 2. Recreación artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f, localizado en el sistema TRAPPIST-1 en la constelación de Acuario. Créditos: NASA/JPL-Caltech.


Nuestra guía en la búsqueda de vida extraterrestre.
Uno de los grandes problemas que tenemos a la hora de buscar vida fuera de la Tierra es lo difícil que es encontrar una aproximación que no esté sesgada por las propiedades de la vida que conocemos, un hecho que podría hacernos descartar las formas que fueran muy diferentes a la vida terrestre. Es necesario, por tanto, definir qué características debería tener una estructura que encontráramos en otro planeta para poder afirmar con certeza que está viva. Esta cuestión nos lleva a examinar en detalle la vida terrestre, para intentar así discernir cuáles de sus propiedades son esenciales y cuáles soluciones particulares adoptadas en el ambiente químico-físico particular de nuestro planeta.
Una primera aproximación para determinar qué es lo esencial de la vida puede consistir en tratar de identificar qué es lo que tienen en común las distintas formas en que esta se manifiesta. Si iniciamos este ejercicio, muy pronto nos daremos cuenta de que, a pesar de las grandes diferencias que presentan las especies terrestres, a nivel molecular todas ellas son muy parecidas. Son tan parecidas que ahora sabemos que tan alto nivel de coincidencia solo es posible si tienen el mismo origen, lo que complica enormemente saber cuáles de las características de la vida terrestre son esenciales y cuáles, simplemente, han sido heredadas de ese progenitor común.
- Comencemos por el metabolismo: la transformación de la materia y la energía externas en materia y energía utilizables por la vida. Todos los seres vivos, sin excepción, realizan este proceso, el cual implica la realización de un gran número de reacciones químicas de forma coordinada y precisa que son catalizadas por las proteínas con actividad enzimática. Las proteínas son largas cadenas formadas por la unión de unos monómeros denominados aminoácidos que, cuando están en un solvente acuoso, se pliegan formando estructuras tridimensionales que son las que confieren mayor estabilidad a la molécula y determinan cuál es su función específica. Los aminoácidos pueden presentarse en dos formas que son imágenes especulares la una de la otra. Estas dos formas, que se denominan L y D se forman con igual facilidad y pudieron ser igualmente abundantes en la Tierra primitiva. Sin embargo, las proteínas biológicas solo contienen aminoácidos L. Intrigante, ¿verdad?
- Otra propiedad de la vida es la necesidad de contener una información que permita saber el orden en que se tienen que disponer los aminoácidos para que se formen las proteínas correctas en el momento adecuado. Esta información es la información genética, que se almacena en una molécula, el ácido desoxirribonucleico o ADN, utilizando un código que es universal. El código genético está basado en el orden en que se disponen las unidades básicas –los nucleótidos- que forman la molécula de ADN. Cada secuencia de tres nucleótidos en el ADN (lo que se denomina codones o tripletes) especifica la incorporación de un aminoácido concreto en las proteínas. Y esto es así en todos los seres vivos, sin que todavía se haya encontrado una razón válida para esa coincidencia.



Fig.3. Recreación artística de la molécula de ADN. Fuente: Pixabay.


- La última propiedad de la vida que citaremos es el aislamiento del entorno. Es fácil imaginar que los componentes de la vida tienen que estar reunidos en un compartimento, de modo que se evite su dilución en el medio y se facilite su funcionamiento integrado. En todas las formas de la vida terrestre esos compartimentos son las células, separadas del medio externo por las membranas plasmáticas, unas complejas estructuras capaces de cumplir con la función de aislamiento sin interrumpir la comunicación con el exterior.


Fig.4. Células. Fuente: Public Domain Pictures.

Se puede pensar que las tres grandes propiedades que hemos mencionado: metabolismo, información y compartimento son esenciales para la vida y, por tanto, nuestra búsqueda de vida en otros planetas debería estar orientada a la búsqueda de sistemas que las posean. Sin embargo, ¿deberíamos restringirnos a la búsqueda de las moléculas y estructuras que conforman la vida terrestre? No es descabellado pensar que alguna forma de vida extraterrestre pudiera utilizar para su metabolismo fuentes de energía que no utiliza la vida de la Tierra, como la energía de la gravedad, la del viento, la de las mareas o la calorífica. También sería posible imaginar una catálisis más básica, que no implicara moléculas tan complejas como las proteínas, o que estas estuvieran formadas por la forma D de los aminoácidos en lugar de por la L. La información podría almacenarse en moléculas diferentes de los ácidos nucleicos o emplear un código distinto. Incluso, la vida podría estar basada en un elemento químico diferente del carbono. No debemos olvidar que el ambiente físico-químico imperante en cada planeta es el que va a condicionar las reacciones que en él ocurren y, por tanto, el tipo de vida que podría surgir.
La definición de vida más aceptada actualmente es la propuesta por la NASA, la cual propone que la vida es un sistema químico automantenido capaz de evolución darwiniana. Esta concisa definición desliga la vida de un ambiente particular, incluye la necesidad de un metabolismo y, también, de una información para que ese metabolismo pueda funcionar. Y algo más: considera la capacidad de evolución darwiniana, algo que surge como consecuencia de que la información debe transmitirse a las generaciones siguientes, para lo cual necesita ser copiada. Durante la copia inevitablemente se producen errores, que darán lugar a diferencias en las características de los organismos, permitiendo así la acción de la selección natural y, con ello, la evolución de la vida.
Una definición como la que acabamos de describir amplía enormemente el tipo de vida que podemos esperar encontrar fuera de la Tierra, pero al mismo tiempo dificulta enormemente su identificación, al no estar restringida a un tipo de moléculas o estructuras concretas. ¡Necesitamos tener la mente muy abierta para aceptar que la vida quizás pueda manifestarse en formas que no alcanzamos siquiera a imaginar!

¿Qué se necesita para que pueda surgir la vida?
Hasta hace no mucho tiempo se consideraba que para que pudiera surgir la vida en un planeta, este debería presentar unos valores para sus variables físico-químicas similares a los que parecen más favorables para la vida en la Tierra. Sin embargo, como hemos visto, esta idea ha cambiado radicalmente con el descubrimiento de los microorganismos extremófilos y actualmente se acepta que las condiciones que requiere la vida son únicamente la presencia de agua líquida, la existencia de elementos químicos con los que poder construir las moléculas biológicas y la accesibilidad a alguna fuente de energía que pueda ser empleada en el metabolismo.
La presencia de agua líquida parece una condición casi ineludible, dadas sus excelentes propiedades como solvente que la convierten en uno de los mejores medios para que las reacciones químicas del metabolismo puedan tener lugar. Los elementos químicos fundamentales que componen la vida de la Tierra son carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y azufre. El carbono forma los esqueletos básicos de las moléculas biológicas, y el resto de elementos pueden formar grupos funcionales que facilitan la realización de reacciones químicas y la construcción de moléculas complejas a partir de unidades más simples. Por último, la existencia de fuentes de energía es algo esencial para el metabolismo, pero, como ya hemos mencionado, no deberíamos restringirnos a las que emplea la vida terrestre. Hasta hace no mucho, se pensaba que toda la energía utilizada por la vida terrestre procedía en último término de la radiación solar, pero se ha visto que puede haber ecosistemas completos que funcionan en completa oscuridad, como los que se han encontrado en las cercanías de las chimeneas volcánicas submarinas y en varios lugares del subsuelo, un ambiente que solo recientemente hemos comenzado a explorar. La fuente de energía primaria en estos ecosistemas es la desprendida en algunas reacciones químicas que se producen entre ciertos minerales de las rocas, algo que, como veremos, puede no ser raro en otros lugares del Universo.
La importancia del agua para la vida es tal que ha llevado a definir la zona de habitabilidad de una estrella como la región alrededor de la misma en la que sus planetas asociados podrían mantener agua líquida de forma estable sobre su superficie. Sin embargo, los hallazgos sobre la existencia de vida en el subsuelo terrestre deberían ampliar esta definición, para incluir la posibilidad de que el agua líquida pueda estar  también bajo la superficie.

¿Qué posibilidades hay de encontrar vida en nuestro Sistema Solar?
Los lugares del Sistema Solar que ofrecen más expectativas de poder albergar vida son: Marte, Europa (la luna de Júpiter) y dos de los satélites de Saturno (Encélado y Titán).
Marte es un planeta rocoso que se formó al mismo tiempo que la Tierra, hace aproximadamente 4.600 millones de años. Inicialmente ambos planetas debieron compartir características ambientales similares, como la presencia en su atmósfera de gran cantidad de gases de origen volcánico que generarían un efecto invernadero suficiente para que el clima fuera templado, favoreciéndose así la existencia de agua líquida en la superficie. Las imágenes obtenidas por los orbitadores que sobrevuelan la superficie de Marte muestran en la zona sur del planeta lo que parecen las huellas de gigantescas redes fluviales, así como los valles excavados por ellas. La presencia de algunos minerales como arcillas, hematita y jarosita, que normalmente se forman en condiciones de humedad, no hace sino añadir pruebas a la existencia de un pasado en Marte con abundante agua líquida fluyendo por su superficie. En esta época también parece que Marte poseía un campo magnético que le protegía del viento solar y de la radiación cósmica. La pregunta que surge entonces es: ¿qué pasó para que Marte evolucionara de forma tan distinta a como lo ha hecho la Tierra?



Fig. 5. Evidencias geológicas del flujo de agua líquida en la superficie de Marte.
Créditos: NASA/JPL-Caltech/University of Arizona.


Hace aproximadamente 4.000 millones de años, conforme el interior de Marte se iba enfriando, las emisiones de los volcanes comenzaron a decrecer y, por alguna razón que desconocemos, Marte perdió su campo magnético. Sin esa protección, la atmósfera casi desapareció, barrida por el viento solar. Y, con la desaparición de la atmósfera, el planeta se enfrió considerablemente, hasta convertirse en el árido lugar que es actualmente. La temperatura media de Marte es de –55ºC. En verano, en la zona del Ecuador, las temperaturas máximas durante el día pueden llegar a los 20ºC, pero no es raro que las mínimas nocturnas desciendan hasta los -80 ºC. La temperatura en invierno en los polos es todavía menos acogedora,  ya  que  puede  llegar  a  alcanzar  los -143ºC.
El bajo espesor de la atmósfera de Marte, unido a sus bajas temperaturas, provoca que el agua no se pueda mantener en forma líquida en su superficie. En su lugar, se encuentra en forma de hielo y, cuando las temperaturas se elevan en verano, pasa directamente al estado de gas. En estas condiciones no solo se congela el agua, sino también el dióxido de carbono atmosférico, formando hielo que recubre la mayor parte del planeta y que forma grandes masas en los polos. Otros problemas para la vida derivados del hecho de tener una atmósfera tan tenue es que apenas ofrece protección frente a los rayos ultravioleta y otras radiaciones peligrosas procedentes del Sol.  Peor aún que la radiación ultravioleta es la radiación cósmica procedente del espacio, frente a la cual Marte tampoco tiene protección debido a la ausencia de campo magnético. Por si todo lo anterior no bastara, Marte sufre tormentas de polvo a escala planetaria, con vientos que pueden llegar a alcanzar los cien kilómetros por hora que remueven y llevan de un lugar a otro la capa de polvo rojo que recubre todo el planeta.
Según los datos enviados por la sonda Mars Odissey, parte del agua que había en el Marte primitivo permanece congelada en los casquetes polares, sobre todo en el del Polo Norte. Respecto al resto del agua, hay varias posibilidades no excluyentes: que escapara al espacio, que migrara al interior del planeta o que se encuentre congelada entre los granos de las rocas, formando un tipo de suelos similar al permafrost terrestre. Recientemente, en julio de 2018, un equipo de científicos italianos ha detectado lo que parece ser un gran lago de agua líquida salada bajo el hielo del Polo Sur de Marte. Actualmente no podemos saber si se trata de agua líquida pura o de rocas porosas impregnadas de agua. Su temperatura parece ser muy inferior a los cero grados, pero probablemente contiene una elevada concentración de sales que podrían actuar como anticongelante. Tampoco es descartable la existencia de alguna fuente de calor interno que, ayudada por la mayor presión que existe en el subsuelo, contribuya a mantener el agua en estado líquido. La recién aterrizada misión InSight, destinada a explorar el interior de Marte, quizás pueda decirnos como de probable es que existan esas fuentes de calor.
Todo lo que hemos descrito indica que, aunque las condiciones actuales de la superficie marciana no parecen ser muy aptas para la vida, sí podrían serlo en el subsuelo. Una capa de roca o polvo de unos milímetros de espesor proporciona suficiente protección frente a la radiación ultravioleta, pero se requiere al menos un metro de profundidad para bloquear los rayos cósmicos. Si en el subsuelo pudieran tener lugar reacciones químicas en las que se desprendiera energía, no sería descabellado pensar que esa energía pudiera acoplarse a la realización de un metabolismo por algún ser vivo similar a algunas bacterias terrestres. La gran masa de agua subterránea de la que acabamos de hablar podría ser uno de esos ambientes favorables para la vida.
Otras observaciones, como la presencia de metano en la atmósfera marciana, también han contribuido a alimentar las expectativas de que Marte pueda contener vida. El metano es un gas muy poco estable que se disocia muy fácilmente por acción de la luz solar. Por tanto, su permanencia en la atmósfera de un planeta indica que debe haber una fuente continua de emisión. En la Tierra existen un tipo de bacterias, las bacterias metanógenas, que liberan metano como un subproducto de su metabolismo, lo que ha hecho que se especule con la existencia en Marte de bacterias similares. Sin embargo, existen alternativas geoquímicas que pueden explicar el origen del metano marciano sin implicar la existencia de vida, lo que hace que la presencia de este gas no pueda ser considerada una evidencia de vida en Marte.
La misión ExoMars 2020 de la ESA llegará a Marte muy pronto, en el año 2020. Su principal objetivo será buscar signos de vida, actual o pasada. Será la primera misión en extraer y analizar muestras del subsuelo de Marte, donde ya hemos visto que las condiciones para que pueda haber vida son más favorables que en la superficie. ¡Quién sabe qué sorpresas nos encontraremos!
Europa, el satélite de Júpiter, es un mundo helado, algo menor que nuestra Luna. Está  compuesto principalmente por silicatos y cubierto por una capa de hielo de aproximadamente diez kilómetros de espesor que aparece surcada por numerosas grietas y rayas. Europa posee un campo magnético, que probablemente está inducido por el campo magnético de Júpiter, lo que implica la existencia de una capa conductora a no más de doscientos kilómetros de profundidad. Actualmente sabemos que esa capa es un gigantesco océano subterráneo de agua salada de aproximadamente cien kilómetros de espesor que se mantendría líquido gracias a la energía de las mareas causadas por la atracción de Júpiter. El hecho de que Europa posea agua líquida bajo su superficie ha alimentado las expectativas de que ese océano pudiera albergar vida, sobre todo si estuviera en contacto con el interior rocoso del planeta. Ese hecho facilitaría la disolución de minerales que podrían intervenir en reacciones químicas en las que se desprendiera energía que podría ser utilizada por la vida.


Fig.6. Imagen de Europa, el satélite de Júpiter, mostrando las fracturas en el hielo que lo surcan. Créditos: NASA/JPL/University of Arizona.

Las características Encélado son en gran medida similares a las de Europa, ya que este satélite de Saturno también posee un océano interno en el cual, además, parece existir importante actividad hidrotermal.
Por último, hablaremos de Titán, el satélite más grande de Saturno, un mundo rico en moléculas orgánicas, y también considerado como potencialmente habitable. La atmósfera de Titán es muy densa. Está formada por un 98% de nitrógeno y un 2% de metano. La reacción de estos gases con la luz ultravioleta puede producir una amplia cantidad de moléculas orgánicas que posteriormente se depositarían en la superficie. Los modelos sobre la formación y la evolución de Titán predicen que en su interior hay una capa de hielo de agua, debajo de la cual hay un océano de agua líquida de varios cientos de kilómetros de espesor. Titán contiene lagos y mares compuestos de metano y etano en estado líquido, los cuáles podrían albergar vida basada en un solvente distinto del agua. Sin embargo, las bajas temperaturas de Titán –alrededor de -180ºC- representan un gran obstáculo para la realización de cualquier tipo de metabolismo que pudiera conducir a la generación de un elevado grado de complejidad biológica.


Fig.7. Lagos en la superficie de Titán. Créditos: NASA/JPL-Caltech/USGS.

Aún no sabemos que podemos encontrar en estos satélites helados. En los próximos años está previsto que se lancen una serie de misiones para su exploración: Europa Clipper, Jupiter Icy Moons Explorer (JUICE), Dragonfly… ¡Confiemos que alguna de ellas nos depare el ansiado ejemplo de vida con un origen distinto de la terrestre!

¿Qué posibilidades hay de encontrar vida extraterrestre inteligente?
Todo lo que hemos expuesto hasta ahora nos indica que si encontramos vida en los planetas más cercanos a la Tierra, esta será probablemente microscópica. Eso puede resultar una decepción para las personas que lo que ansían es conocer si existen en el Cosmos otros seres que también estén dotados de inteligencia y con los que, quizás, podríamos comunicarnos. Ya las sondas Pioneer 10 y Pioneer 11, lanzadas en 1973, iban equipadas con una placa metálica que contenía un mensaje visual cuyo objetivo era informar de nuestra existencia a los seres de alguna posible civilización extraterrestre. Un poco más adelante, en 1977, las sondas Voyager también contemplaron la posibilidad de comunicarse con otros habitantes del espacio y para eso incluyeron dos discos de cobre recubiertos de oro (uno en cada nave) que contenían grabada información sobre nuestra cultura. También en los años setenta, desde el observatorio de Arecibo en Puerto Rico se envió un mensaje de radio hacia el cúmulo globular M13, a 25.000 años luz de distancia de la Tierra. Las malas noticias son que, aunque obtuviéramos respuesta, esta tardaría más de 50.000 años en llegar.
El proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) es, desde la década de los 70, uno de los programas que más recursos ha invertido en la búsqueda de vida extraterrestre inteligente, o al menos con una inteligencia con capacidad para emitir señales electromagnéticas que puedan ser detectadas con un radiotelescopio. Hasta el momento no se ha encontrado ninguna señal que no pueda ser explicada por fenómenos astrofísicos naturales. Pero no por eso se ha dejado de rastrear el espacio a la espera de obtener un mensaje que nos haga vislumbrar la posibilidad de que existan otros seres que también estén buscando a sus compañeros en el Cosmos.
Hay científicos, como el recientemente fallecido Stephen Hawking, que opinan que debemos ser muy cautos con la información que enviamos al espacio sobre nosotros.  En el interior de nuestra galaxia las estrellas son mucho más antiguas que el Sol. De haber vida en los planetas asociados a esas estrellas, puede que nos llevara mucha ventaja, con lo que correríamos un tremendo riesgo de ser aplastados por ella. Puede parecer una visión muy pesimista, pero no tenemos más que echar un vistazo a nuestro alrededor y ver lo que ha hecho el hombre con el resto de seres vivos de la Tierra. Lo normal es que los hayamos utilizado en nuestro provecho, así que ¿por qué deberíamos esperar un trato mejor hacia nosotros por parte de los posibles seres extraterrestres que se nos aproximaran? Lo cierto es que la vida de la Tierra “come o es comida” y no es esperable que en otros lugares la situación sea distinta.
Arthur C. Clarke decía: "Existen dos posibilidades: que estemos solos en el Universo o que no lo estemos. Ambas son igual de aterradoras". A pesar de eso, estamos seguros de que la misma inquietud que llevó a nuestros antepasados a salir de África y aventurarse en otros continentes nos llevará a nosotros a explorar el espacio, más y más lejos cada vez… Y así hasta que encontremos lo que hemos imaginado y soñado desde que fuimos conscientes de nuestra existencia, miramos hacia las estrellas y nos preguntamos qué podría haber en ellas.

Ester Lázaro Lázaro
Doctora en Ciencias Biológicas.
Investigadora Científica en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA).

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