Encontrar vida en otros mundos: un reto
futuro para uno de los sueños más antiguos de la humanidad.
Nuestra relación con los cuerpos celestes.
La
humanidad, desde sus orígenes, ha sentido una gran fascinación por el cielo y
esas luces brillantes que aparecían suspendidas en él y que parecían regir
nuestros destinos. El Sol y la lluvia hacían prosperar las cosechas, pero las
tormentas y las sequías también podían destruirlas. El Sol nos iluminaba de día
y la Luna de noche, aunque a veces sucedieran fenómenos extraños y,
repentinamente, el planeta se quedara sumido en una gran oscuridad. Nuestro
ritmo cotidiano parecía marcado por los astros, así que no es extraño que
pensáramos que estos gobernaban nuestras vidas y los identificáramos con
dioses, a los que había que rendir tributo para que fueran benévolos. En el
antiguo Egipto se adoraba a Ra, en Grecia a Helios y en Persia a Mitra, nombres
todos ellos que designaban al mismo dios: el dios del Sol. No debería
extrañarnos, por tanto, que en muchas civilizaciones antiguas se consultaran
las estrellas para predecir el futuro. Aun hoy, mucha gente sigue creyendo que
el horóscopo puede ayudarles a saber qué les va a deparar el día a día y cómo
pueden actuar mejor para resolver los retos de la vida.
A
pesar de esta mezcla de temor y veneración por los cuerpos celestes, la
humanidad, durante gran parte de su historia, mantuvo muy arraigada la creencia
de que la Tierra era el centro del Universo, alrededor del cual giraban el
resto de planetas del Sistema Solar. Al mismo tiempo, la mayoría de las
religiones y mitologías apoyaban la idea de que el hombre era el rey de la
creación, al que estaba supeditada el resto de la vida terrestre. En ese
contexto, la Tierra se nos mostraba como un planeta especial que, muy
probablemente, era el único habitado. En el hipotético caso de que existiera
vida en otros mundos, esta sería obra del mismo Creador que había originado la
vida terrestre, así que no debería ser muy diferente de ella. En ese escenario
el hombre seguía siendo la especie destinada a reinar sobre todas las demás que
pudieran poblar el Universo.
Esta
visión cambió radicalmente cuando, en el siglo XVI, Nicolás Copérnico formuló
la teoría heliocéntrica, demostrada unas décadas más tarde por Galileo Galilei,
la cual afirmaba que el centro del Universo conocido no era la Tierra, sino el
Sol. A partir de ese momento, tímidamente primero y más abiertamente después,
comenzó a especularse con la posibilidad de que nuestro planeta no fuera tan
especial como nos creíamos y, por tanto, no sería inconcebible que pudiera
haber otros mundos similares, también poblados de vida.
El
punto de inflexión respecto a la consideración del lugar ocupado por el hombre
en el conjunto de la vida terrestre llegó a mediados del siglo XIX, cuando
Charles Darwin publicó su libro El origen
de las especies, en el que exponía sus teorías sobre la evolución y la
diversificación de la vida. Años más tarde, el descubrimiento del ADN como
molécula de la herencia y la constatación de las similitudes que a nivel
molecular comparten los seres vivos condujeron a la conclusión de que toda la
vida de la Tierra procede de un ancestro común. Han sido los procesos de
mutación y selección natural, actuando de forma concertada a lo largo de miles
de millones de años, los que han dado lugar a toda la diversidad de la vida a
partir de ese remoto antepasado. Esta visión despoja al ser humano del papel
que creía tener como rey de la creación. En lugar de eso, parece que somos una
especie más, producto del azar y de las características ambientales por las que
ha pasado nuestro planeta a lo largo de su historia.
Cuando
quedó claro que la Tierra era un planeta más entre otros muchos, y el hombre
una especie más entre todas las que existen, desaparecieron muchos de los
prejuicios mentales que nos impedían aceptar que pudiera haber vida en otros
planetas y que, en caso de haberla, pudiera ser diferente de la vida que conocemos.
Poco a poco, el desarrollo tecnológico y los avances científicos nos han
permitido explorar los mundos más cercanos al nuestro y vislumbrar lo
insignificantes que somos en un Universo que parece estar plagado de planetas.
Actualmente estamos en condiciones de llegar a regiones muy alejadas de nuestro
Sistema Solar y de poder investigar la presencia de vida en ellas. Pero antes
de hablar de todo esto, merece la pena detenernos un poco para destacar tres
grandes hitos científicos que han aumentado considerablemente nuestras
expectativas de encontrar vida fuera de la Tierra.
La vida puede ser un fenómeno común en el
Universo.
El
primer gran hito que cambió nuestra concepción de lo que era la vida y como
podría ser de frecuente en el Universo tuvo lugar en 1953, fecha en la que el
químico Stanley Miller realizó su famoso experimento citado en multitud de
libros de texto. Este consistió en mezclar en una cámara los gases que se creía
que componían la atmósfera de la Tierra primitiva (metano, amoníaco, vapor de
agua e hidrógeno) y aplicar una descarga eléctrica que proporcionara la energía
necesaria para que dichos gases reaccionaran. Como resultado, se sintetizaron
diversos aminoácidos, algunos azúcares y varias de las bases nitrogenadas que
forman parte de los ácidos nucleicos, demostrándose así que muchos de los
componentes esenciales de la materia viva podían ser sintetizados en
condiciones abióticas. El experimento de Miller marcó el inicio de un nuevo
campo de investigación, la química prebiótica, enfocado a investigar la
síntesis de compuestos orgánicos en las condiciones físicas y con los
ingredientes químicos que pudieron estar presentes en la Tierra primitiva.
Actualmente ha sido posible sintetizar en el laboratorio la mayoría de los
componentes básicos de la vida. Aunque no podemos afirmar que las reacciones
químicas seguidas para la síntesis de estos compuestos sean las que precedieron
al origen de la vida en la Tierra, los hallazgos tienen una importancia
crucial, ya que demuestran que, si condiciones similares pudieran darse en
otros planetas, ¿por qué no podría surgir la vida en ellos?
El
segundo gran hito que queremos reseñar es el reconocimiento de que la vida es
robusta y puede soportar condiciones físico-químicas que antes eran
consideradas incompatibles con su existencia. El descubrimiento de los
microorganismos extremófilos que, no solo soportan condiciones extremas, sino
que incluso las requieren, ha cambiado enormemente nuestra idea sobre cómo
deben de ser los lugares en los que puede prosperar la vida. Actualmente
conocemos microorganismos termófilos (capaces de vivir a temperaturas mayores
de 100ºC), acidófilos (que necesitan pHs muy ácidos o muy básicos), halófilos
(que viven en presencia de concentraciones muy elevadas de sal), barófilos (que
soportan presiones mucho más elevadas que las que existen en la superficie
terrestre)… incluso existen unos pequeños animales invertebrados, los
tardígrados, los cuales, ante circunstancias adversas, son capaces de
deshidratarse casi completamente, pudiendo permanecer varios años en ese
estado. Los tardígrados, además, pueden sobrevivir a temperaturas que oscilan
entre los -272ºC y los 150ºC, resistir presiones seis veces superiores a las
del más profundo de los océanos, radiaciones ionizantes, la inmersión en
alcohol puro o éter y la exposición a condiciones de vacío. Todas estas formas
de vida “extrema”, que podemos encontrar sin salir de nuestro planeta, quizás
sean solo algunos ejemplos del tipo de vida que podemos esperar encontrar fuera
de él.
Por
último, el tercer gran hito que mencionaremos es el descubrimiento de la gran
cantidad de planetas extrasolares (que orbitan alrededor de una estrella que no
es el Sol) que parece existir en el Universo. En diciembre de 2018, la NASA
había confirmado la existencia de casi 4.000 de esos planetas, muchos de los
cuales son planetas rocosos, como la Tierra, y están situados en la zona de
habitabilidad de su estrella. Actualmente no podemos saber cómo es la atmósfera
de esos planetas y si podrían albergar vida o no, algo que es esperable que las
nuevas generaciones de telescopios nos ayuden a determinar. Sin embargo, lo más
sorprendente es que los planetas extrasolares identificados hasta ahora son
solo una mínima parte de los cientos de trillones que se cree que puede haber
en el Universo. ¡Con estos números es muy difícil pensar que en alguno de ellos
no pueda existir la vida!
Fig. 2. Recreación artística de la superficie del
exoplaneta TRAPPIST-1f, localizado en el sistema TRAPPIST-1 en la constelación
de Acuario. Créditos: NASA/JPL-Caltech.
Nuestra guía en la búsqueda de vida
extraterrestre.
Uno de
los grandes problemas que tenemos a la hora de buscar vida fuera de la Tierra
es lo difícil que es encontrar una aproximación que no esté sesgada por las
propiedades de la vida que conocemos, un hecho que podría hacernos descartar
las formas que fueran muy diferentes a la vida terrestre. Es necesario, por
tanto, definir qué características debería tener una estructura que
encontráramos en otro planeta para poder afirmar con certeza que está viva.
Esta cuestión nos lleva a examinar en detalle la vida terrestre, para intentar
así discernir cuáles de sus propiedades son esenciales y cuáles soluciones
particulares adoptadas en el ambiente químico-físico particular de nuestro
planeta.
Una
primera aproximación para determinar qué es lo esencial de la vida puede
consistir en tratar de identificar qué es lo que tienen en común las distintas
formas en que esta se manifiesta. Si iniciamos este ejercicio, muy pronto nos
daremos cuenta de que, a pesar de las grandes diferencias que presentan las
especies terrestres, a nivel molecular todas ellas son muy parecidas. Son tan
parecidas que ahora sabemos que tan alto nivel de coincidencia solo es posible
si tienen el mismo origen, lo que complica enormemente saber cuáles de las
características de la vida terrestre son esenciales y cuáles, simplemente, han
sido heredadas de ese progenitor común.
- Comencemos por el metabolismo: la transformación de la
materia y la energía externas en materia y energía utilizables por la vida.
Todos los seres vivos, sin excepción, realizan este proceso, el cual implica la
realización de un gran número de reacciones químicas de forma coordinada y
precisa que son catalizadas por las proteínas con actividad enzimática. Las
proteínas son largas cadenas formadas por la unión de unos monómeros denominados
aminoácidos que, cuando están en un solvente acuoso, se pliegan formando
estructuras tridimensionales que son las que confieren mayor estabilidad a la
molécula y determinan cuál es su función específica. Los aminoácidos pueden
presentarse en dos formas que son imágenes especulares la una de la otra. Estas
dos formas, que se denominan L y D se forman con igual facilidad y pudieron ser
igualmente abundantes en la Tierra primitiva. Sin embargo, las proteínas
biológicas solo contienen aminoácidos L. Intrigante, ¿verdad?
- Otra propiedad de
la vida es la necesidad de contener una información
que permita saber el orden en que se tienen que disponer los aminoácidos para
que se formen las proteínas correctas en el momento adecuado. Esta información
es la información genética, que se almacena en una molécula, el ácido
desoxirribonucleico o ADN, utilizando un código que es universal. El código
genético está basado en el orden en que se disponen las unidades básicas –los
nucleótidos- que forman la molécula de ADN. Cada secuencia de tres nucleótidos
en el ADN (lo que se denomina codones o tripletes) especifica la incorporación
de un aminoácido concreto en las proteínas. Y esto es así en todos los seres
vivos, sin que todavía se haya encontrado una razón válida para esa
coincidencia.
- La
última propiedad de la vida que citaremos es el aislamiento del entorno. Es fácil imaginar que los componentes de
la vida tienen que estar reunidos en un compartimento, de modo que se evite su
dilución en el medio y se facilite su funcionamiento integrado. En todas las
formas de la vida terrestre esos compartimentos son las células, separadas del
medio externo por las membranas plasmáticas, unas complejas estructuras capaces
de cumplir con la función de aislamiento sin interrumpir la comunicación con el
exterior.
Se
puede pensar que las tres grandes propiedades que hemos mencionado:
metabolismo, información y compartimento son esenciales para la vida y, por
tanto, nuestra búsqueda de vida en otros planetas debería estar orientada a la
búsqueda de sistemas que las posean. Sin embargo, ¿deberíamos restringirnos a
la búsqueda de las moléculas y estructuras que conforman la vida terrestre? No
es descabellado pensar que alguna forma de vida extraterrestre pudiera utilizar
para su metabolismo fuentes de energía que no utiliza la vida de la Tierra,
como la energía de la gravedad, la del viento, la de las mareas o la
calorífica. También sería posible imaginar una catálisis más básica, que no
implicara moléculas tan complejas como las proteínas, o que estas estuvieran
formadas por la forma D de los aminoácidos en lugar de por la L. La información
podría almacenarse en moléculas diferentes de los ácidos nucleicos o emplear un
código distinto. Incluso, la vida podría estar basada en un elemento químico
diferente del carbono. No debemos olvidar que el ambiente físico-químico
imperante en cada planeta es el que va a condicionar las reacciones que en él
ocurren y, por tanto, el tipo de vida que podría surgir.
La
definición de vida más aceptada actualmente es la propuesta por la NASA, la
cual propone que la vida es un sistema químico automantenido capaz de evolución
darwiniana. Esta concisa definición desliga la vida de un ambiente particular,
incluye la necesidad de un metabolismo y, también, de una información para que
ese metabolismo pueda funcionar. Y algo más: considera la capacidad de
evolución darwiniana, algo que surge como consecuencia de que la información
debe transmitirse a las generaciones siguientes, para lo cual necesita ser copiada.
Durante la copia inevitablemente se producen errores, que darán lugar a
diferencias en las características de los organismos, permitiendo así la acción
de la selección natural y, con ello, la evolución de la vida.
Una
definición como la que acabamos de describir amplía enormemente el tipo de vida
que podemos esperar encontrar fuera de la Tierra, pero al mismo tiempo
dificulta enormemente su identificación, al no estar restringida a un tipo de
moléculas o estructuras concretas. ¡Necesitamos tener la mente muy abierta para
aceptar que la vida quizás pueda manifestarse en formas que no alcanzamos
siquiera a imaginar!
¿Qué se necesita para que pueda surgir la
vida?
Hasta
hace no mucho tiempo se consideraba que para que pudiera surgir la vida en un
planeta, este debería presentar unos valores para sus variables físico-químicas
similares a los que parecen más favorables para la vida en la Tierra. Sin
embargo, como hemos visto, esta idea ha cambiado radicalmente con el
descubrimiento de los microorganismos extremófilos y actualmente se acepta que
las condiciones que requiere la vida son únicamente la presencia de agua
líquida, la existencia de elementos químicos con los que poder construir las
moléculas biológicas y la accesibilidad a alguna fuente de energía que pueda
ser empleada en el metabolismo.
La
presencia de agua líquida parece una condición casi ineludible, dadas sus
excelentes propiedades como solvente que la convierten en uno de los mejores
medios para que las reacciones químicas del metabolismo puedan tener lugar. Los
elementos químicos fundamentales que componen la vida de la Tierra son carbono,
hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y azufre. El carbono forma los esqueletos básicos
de las moléculas biológicas, y el resto de elementos pueden formar grupos
funcionales que facilitan la realización de reacciones químicas y la
construcción de moléculas complejas a partir de unidades más simples. Por
último, la existencia de fuentes de energía es algo esencial para el
metabolismo, pero, como ya hemos mencionado, no deberíamos restringirnos a las
que emplea la vida terrestre. Hasta hace no mucho, se pensaba que toda la
energía utilizada por la vida terrestre procedía en último término de la
radiación solar, pero se ha visto que puede haber ecosistemas completos que
funcionan en completa oscuridad, como los que se han encontrado en las
cercanías de las chimeneas volcánicas submarinas y en varios lugares del
subsuelo, un ambiente que solo recientemente hemos comenzado a explorar. La
fuente de energía primaria en estos ecosistemas es la desprendida en algunas reacciones
químicas que se producen entre ciertos minerales de las rocas, algo que, como
veremos, puede no ser raro en otros lugares del Universo.
La
importancia del agua para la vida es tal que ha llevado a definir la zona de
habitabilidad de una estrella como la región alrededor de la misma en la que
sus planetas asociados podrían mantener agua líquida de forma estable sobre su
superficie. Sin embargo, los hallazgos sobre la existencia de vida en el
subsuelo terrestre deberían ampliar esta definición, para incluir la
posibilidad de que el agua líquida pueda estar
también bajo la superficie.
¿Qué posibilidades hay de encontrar vida en
nuestro Sistema Solar?
Los
lugares del Sistema Solar que ofrecen más expectativas de poder albergar vida
son: Marte, Europa (la luna de Júpiter) y dos de los satélites de Saturno
(Encélado y Titán).
Marte es un planeta rocoso que se formó al mismo
tiempo que la Tierra, hace aproximadamente 4.600 millones de años. Inicialmente
ambos planetas debieron compartir características ambientales similares, como
la presencia en su atmósfera de gran cantidad de gases de origen volcánico que
generarían un efecto invernadero suficiente para que el clima fuera templado,
favoreciéndose así la existencia de agua líquida en la superficie. Las imágenes
obtenidas por los orbitadores que sobrevuelan la superficie de Marte muestran
en la zona sur del planeta lo que parecen las huellas de gigantescas redes
fluviales, así como los valles excavados por ellas. La presencia de algunos
minerales como arcillas, hematita y jarosita, que normalmente se forman en
condiciones de humedad, no hace sino añadir pruebas a la existencia de un
pasado en Marte con abundante agua líquida fluyendo por su superficie. En esta
época también parece que Marte poseía un campo magnético que le protegía del
viento solar y de la radiación cósmica. La pregunta que surge entonces es: ¿qué
pasó para que Marte evolucionara de forma tan distinta a como lo ha hecho la
Tierra?
Fig. 5.
Evidencias geológicas del flujo de agua líquida en la superficie de Marte.
Créditos:
NASA/JPL-Caltech/University of Arizona.
Hace
aproximadamente 4.000 millones de años, conforme el interior de Marte se iba
enfriando, las emisiones de los volcanes comenzaron a decrecer y, por alguna
razón que desconocemos, Marte perdió su campo magnético. Sin esa protección, la
atmósfera casi desapareció, barrida por el viento solar. Y, con la desaparición
de la atmósfera, el planeta se enfrió considerablemente, hasta convertirse en
el árido lugar que es actualmente. La temperatura media de Marte es de –55ºC.
En verano, en la zona del Ecuador, las temperaturas máximas durante el día
pueden llegar a los 20ºC, pero no es raro que las mínimas nocturnas desciendan
hasta los -80 ºC. La temperatura en invierno en los polos es todavía menos
acogedora, ya que puede
llegar a alcanzar
los -143ºC.
El
bajo espesor de la atmósfera de Marte, unido a sus bajas temperaturas, provoca
que el agua no se pueda mantener en forma líquida en su superficie. En su
lugar, se encuentra en forma de hielo y, cuando las temperaturas se elevan en
verano, pasa directamente al estado de gas. En estas condiciones no solo se
congela el agua, sino también el dióxido de carbono atmosférico, formando hielo
que recubre la mayor parte del planeta y que forma grandes masas en los polos.
Otros problemas para la vida derivados del hecho de tener una atmósfera tan
tenue es que apenas ofrece protección frente a los rayos ultravioleta y otras
radiaciones peligrosas procedentes del Sol.
Peor aún que la radiación ultravioleta es la radiación cósmica
procedente del espacio, frente a la cual Marte tampoco tiene protección debido
a la ausencia de campo magnético. Por si todo lo anterior no bastara, Marte
sufre tormentas de polvo a escala planetaria, con vientos que pueden llegar a
alcanzar los cien kilómetros por hora que remueven y llevan de un lugar a otro
la capa de polvo rojo que recubre todo el planeta.
Según
los datos enviados por la sonda Mars Odissey, parte del agua que había en el
Marte primitivo permanece congelada en los casquetes polares, sobre todo en el
del Polo Norte. Respecto al resto del agua, hay varias posibilidades no
excluyentes: que escapara al espacio, que migrara al interior del planeta o que
se encuentre congelada entre los granos de las rocas, formando un tipo de
suelos similar al permafrost terrestre. Recientemente, en julio de 2018, un
equipo de científicos italianos ha detectado lo que parece ser un gran lago de
agua líquida salada bajo el hielo del Polo Sur de Marte. Actualmente no podemos
saber si se trata de agua líquida pura o de rocas porosas impregnadas de agua.
Su temperatura parece ser muy inferior a los cero grados, pero probablemente
contiene una elevada concentración de sales que podrían actuar como
anticongelante. Tampoco es descartable la existencia de alguna fuente de calor
interno que, ayudada por la mayor presión que existe en el subsuelo, contribuya
a mantener el agua en estado líquido. La recién aterrizada misión InSight,
destinada a explorar el interior de Marte, quizás pueda decirnos como de
probable es que existan esas fuentes de calor.
Todo
lo que hemos descrito indica que, aunque las condiciones actuales de la
superficie marciana no parecen ser muy aptas para la vida, sí podrían serlo en el subsuelo. Una capa
de roca o polvo de unos milímetros de espesor proporciona suficiente protección
frente a la radiación ultravioleta, pero se requiere al menos un metro de
profundidad para bloquear los rayos cósmicos. Si en el subsuelo pudieran tener
lugar reacciones químicas en las que se desprendiera energía, no sería
descabellado pensar que esa energía pudiera acoplarse a la realización de un
metabolismo por algún ser vivo similar a algunas bacterias terrestres. La gran
masa de agua subterránea de la que acabamos de hablar podría ser uno de esos
ambientes favorables para la vida.
Otras
observaciones, como la presencia de metano en la atmósfera marciana, también han
contribuido a alimentar las expectativas de que Marte pueda contener vida. El
metano es un gas muy poco estable que se disocia muy fácilmente por acción de
la luz solar. Por tanto, su permanencia en la atmósfera de un planeta indica
que debe haber una fuente continua de emisión. En la Tierra existen un tipo de
bacterias, las bacterias metanógenas, que liberan metano como un subproducto de
su metabolismo, lo que ha hecho que se especule con la existencia en Marte de
bacterias similares. Sin embargo, existen alternativas geoquímicas que pueden
explicar el origen del metano marciano sin implicar la existencia de vida, lo
que hace que la presencia de este gas no pueda ser considerada una evidencia de
vida en Marte.
La
misión ExoMars 2020 de la ESA llegará a Marte muy pronto, en el año 2020. Su
principal objetivo será buscar signos de vida, actual o pasada. Será la primera
misión en extraer y analizar muestras del subsuelo de Marte, donde ya hemos
visto que las condiciones para que pueda haber vida son más favorables que en
la superficie. ¡Quién sabe qué sorpresas nos encontraremos!
Europa, el satélite de
Júpiter, es un mundo helado, algo menor que nuestra Luna. Está compuesto principalmente por silicatos y
cubierto por una capa de hielo de aproximadamente diez kilómetros de espesor
que aparece surcada por numerosas grietas y rayas. Europa posee un campo
magnético, que probablemente está inducido por el campo magnético de Júpiter,
lo que implica la existencia de una capa conductora a no más de doscientos
kilómetros de profundidad. Actualmente sabemos que esa capa es un gigantesco
océano subterráneo de agua salada de aproximadamente cien kilómetros de espesor
que se mantendría líquido gracias a la energía de las mareas causadas por la
atracción de Júpiter. El hecho de que Europa posea agua líquida bajo su
superficie ha alimentado las expectativas de que ese océano pudiera albergar
vida, sobre todo si estuviera en contacto con el interior rocoso del planeta.
Ese hecho facilitaría la disolución de minerales que podrían intervenir en
reacciones químicas en las que se desprendiera energía que podría ser utilizada
por la vida.
Fig.6. Imagen de Europa,
el satélite de Júpiter, mostrando las fracturas en el hielo que lo surcan.
Créditos: NASA/JPL/University of Arizona.
Las
características Encélado son en gran
medida similares a las de Europa, ya que este satélite de Saturno también posee
un océano interno en el cual, además, parece existir importante actividad
hidrotermal.
Por
último, hablaremos de Titán, el
satélite más grande de Saturno, un mundo rico en moléculas orgánicas, y también
considerado como potencialmente habitable. La atmósfera de Titán es muy densa.
Está formada por un 98% de nitrógeno y un 2% de metano. La reacción de estos
gases con la luz ultravioleta puede producir una amplia cantidad de moléculas
orgánicas que posteriormente se depositarían en la superficie. Los modelos
sobre la formación y la evolución de Titán predicen que en su interior hay una
capa de hielo de agua, debajo de la cual hay un océano de agua líquida de
varios cientos de kilómetros de espesor. Titán contiene lagos y mares
compuestos de metano y etano en estado líquido, los cuáles podrían albergar
vida basada en un solvente distinto del agua. Sin embargo, las bajas
temperaturas de Titán –alrededor de -180ºC- representan un gran obstáculo para
la realización de cualquier tipo de metabolismo que pudiera conducir a la
generación de un elevado grado de complejidad biológica.
Aún
no sabemos que podemos encontrar en estos satélites helados. En los próximos
años está previsto que se lancen una serie de misiones para su exploración:
Europa Clipper, Jupiter Icy Moons Explorer (JUICE), Dragonfly… ¡Confiemos que
alguna de ellas nos depare el ansiado ejemplo de vida con un origen distinto de
la terrestre!
¿Qué posibilidades hay de encontrar vida
extraterrestre inteligente?
Todo lo
que hemos expuesto hasta ahora nos indica que si encontramos vida en los
planetas más cercanos a la Tierra, esta será probablemente microscópica. Eso
puede resultar una decepción para las personas que lo que ansían es conocer si
existen en el Cosmos otros seres que también estén dotados de inteligencia y
con los que, quizás, podríamos comunicarnos. Ya las sondas Pioneer 10 y Pioneer
11, lanzadas en 1973, iban equipadas con una placa metálica que contenía un
mensaje visual cuyo objetivo era informar de nuestra existencia a los seres de
alguna posible civilización extraterrestre. Un poco más adelante, en 1977, las
sondas Voyager también contemplaron la posibilidad de comunicarse con otros
habitantes del espacio y para eso incluyeron dos discos de cobre recubiertos de
oro (uno en cada nave) que contenían grabada información sobre nuestra cultura.
También en los años setenta, desde el observatorio de Arecibo en Puerto Rico se
envió un mensaje de radio hacia el cúmulo globular M13, a 25.000 años luz de distancia
de la Tierra. Las malas noticias son que, aunque obtuviéramos respuesta, esta
tardaría más de 50.000 años en llegar.
El
proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) es, desde la década de
los 70, uno de los programas que más recursos ha invertido en la búsqueda de
vida extraterrestre inteligente, o al menos con una inteligencia con capacidad
para emitir señales electromagnéticas que puedan ser detectadas con un
radiotelescopio. Hasta el momento no se ha encontrado ninguna señal que no pueda
ser explicada por fenómenos astrofísicos naturales. Pero no por eso se ha
dejado de rastrear el espacio a la espera de obtener un mensaje que nos haga
vislumbrar la posibilidad de que existan otros seres que también estén buscando
a sus compañeros en el Cosmos.
Hay
científicos, como el recientemente fallecido Stephen Hawking, que opinan que
debemos ser muy cautos con la información que enviamos al espacio sobre
nosotros. En el interior de nuestra
galaxia las estrellas son mucho más antiguas que el Sol. De haber vida en los
planetas asociados a esas estrellas, puede que nos llevara mucha ventaja, con
lo que correríamos un tremendo riesgo de ser aplastados por ella. Puede parecer
una visión muy pesimista, pero no tenemos más que echar un vistazo a nuestro
alrededor y ver lo que ha hecho el hombre con el resto de seres vivos de la
Tierra. Lo normal es que los hayamos utilizado en nuestro provecho, así que
¿por qué deberíamos esperar un trato mejor hacia nosotros por parte de los
posibles seres extraterrestres que se nos aproximaran? Lo cierto es que la vida
de la Tierra “come o es comida” y no es esperable que en otros lugares la
situación sea distinta.
Arthur
C. Clarke decía: "Existen dos posibilidades: que estemos solos en el
Universo o que no lo estemos. Ambas son igual de aterradoras". A pesar de
eso, estamos seguros de que la misma inquietud que llevó a nuestros antepasados
a salir de África y aventurarse en otros continentes nos llevará a nosotros a
explorar el espacio, más y más lejos cada vez… Y así hasta que encontremos lo
que hemos imaginado y soñado desde que fuimos conscientes de nuestra
existencia, miramos hacia las estrellas y nos preguntamos qué podría haber en
ellas.
Ester Lázaro Lázaro
Doctora
en Ciencias Biológicas.
Investigadora Científica
en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA).
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