Nanotecnología para
la salud: cómo lo muy pequeño ayuda en medicina.
Hace
unos dos mil cuatrocientos años, Demócrito desarrolló la primera teoría atómica
para explicar la realidad en que vivimos. Pensó que toda la materia estaba
formada por una mezcla de elementos inmutables y eternos, unas entidades
infinitamente pequeñas, indivisibles e imperceptibles por los sentidos, a las
que denominó átomos. Resulta asombroso pensar que Demócrito llegó mediante
simples razonamientos lógicos a esa descripción bastante acertada del mundo a
escala nanométrica (recordemos que un nanómetro es la milmillonésima parte de
un metro). Por supuesto, hoy en día sabemos que el átomo sí es divisible en un
núcleo formado por protones y neutrones y una nube electrónica alrededor, pero
las entidades más pequeñas que podemos manipular para fabricar objetos son los
átomos. De hecho, podemos definir la nanotecnología como la manipulación de
átomos y moléculas en la nanoescala para obtener estructuras o dispositivos
que, gracias al control de su forma, tamaño y composición, sirven para cumplir
una determinada función.
Introducción: herramientas en nanotecnología.
Han
sido los avances instrumentales durante el siglo XX quienes han permitido el
desarrollo de la nanotecnología, pues es necesario visualizar esos objetos en
la nanoescala, comprender los fenómenos a que dan lugar, y también fabricarlos
de forma controlada para optimizar la propiedad deseada.
De
entrada, como el tamaño de los átomos es unas mil veces inferior a la longitud
de onda de la luz visible (400-700 nm), no pueden observarse utilizando instrumentos
ópticos convencionales, por lo que hubo que esperar a la invención de los
microscopios electrónicos y los microscopios de sonda de barrido para poder
visualizar esos objetos en la nanoescala. Entre los primeros, cabe distinguir
entre los de transmisión (TEM, por las siglas en inglés de Transmission Electron Microscope), que emplean electrones que
atraviesan la muestra a estudio con un voltaje de aceleración entre 100 y 300
kV, y los de barrido (SEM, Scanning Electron Microscope), que
trabajan con los electrones reflejados y/o re-emitidos, con voltajes típicos
entre 1 y 30 kV. Estos microscopios permiten estudiar no solo la morfología de
los materiales en la nanoescala, sino además su composición química y su
estructura cristalina. En cuanto a los microscopios de sonda de barrido (SPM, Scanning Probe Microscope), consisten en
aproximar mucho, a distancia nanométrica, una sonda a la muestra a estudio, y
medir entonces una determinada magnitud. El primero en desarrollarse fue el
microscopio de efecto túnel (STM, Scanning
Tunneling Microscope), que se basa en un efecto cuántico: la corriente
túnel que aparece entre una punta metálica y una muestra conductora cuando se
establece una diferencia de potencial entre ellas. Posteriormente, se
desarrolló el microscopio de fuerzas atómicas (AFM, Atomic Force Microscope), que ya podía emplearse con muestras no
conductoras, y luego distintas variantes (el microscopio de fuerzas magnéticas,
el de fuerzas electrostáticas, el de potencial superficial, el de fricción, el
de campo cercano, etc.) que permiten analizar diversas propiedades: magnéticas,
eléctricas, mecánicas, ópticas…
En
paralelo, se han desarrollado las técnicas que permiten la fabricación de
nanoestructuras y nanodispositivos, que puede llevarse a cabo siguiendo dos
aproximaciones, denominadas descendente (top-down)
y ascendente (bottom-up), o también
una combinación de ellas, y en ese caso se habla de una ruta convergente. La
vía descendente consiste en miniaturizar o moldear desde lo macroscópico. Las técnicas
más empleadas en esta ruta son la molienda, el ataque por iones, y diversos
tipos de litografía: por electrones, por haz de iones, por luz ultravioleta
(cuanto menor es la longitud de onda más pequeños son los motivos que se pueden
diseñar: en la actualidad ya se emplea el ultravioleta extremo) o por
nanoimpresión. Por su parte, en la vía ascendente se ensamblan nanoentidades
(átomos, moléculas), tanto de forma forzada como mediante procesos de
autoensamblado. Las técnicas más usuales en esta aproximación son la síntesis
química, la síntesis electroquímica, la manipulación por SPM, los procesos
sol-gel, y las diversas técnicas de condensación desde la fase vapor: la
deposición química (CVD, Chemical Vapor
Deposition), la deposición de capas atómicas (ALD, Atomic Layer Deposition), la epitaxia de haces moleculares (MBE, Molecular Beam Epitaxy), la ablación
láser (PLD, Pulsed Laser Deposition),
y la pulverización catódica (sputtering).
Estas últimas técnicas pueden dar lugar además a fuentes de nanopartículas
cuando se emplea una cámara de agregación [1].
Asimismo,
en los últimos años ha cobrado importancia la síntesis biológica o biosíntesis
para la producción de nanopartículas. Es una rama basada en la química verde
(se denomina así a la que usa materiales naturales y procesos sostenibles) que
se dedica a emplear entidades biológicas unicelulares y multicelulares (como
bacterias, hongos, plantas, virus, levadura…) que actúan como pequeñas
factorías para sintetizar nanopartículas con una amplia gama de tamaños,
formas, composiciones y propiedades fisicoquímicas [2]. Es un método limpio, no
tóxico y respetuoso con el medio ambiente, y que debido a su bajo costo puede
utilizarse en países en vías de desarrollo.
En
definitiva, poseemos las herramientas que nos permiten fabricar y caracterizar
un amplio conjunto de materiales con una, dos o tres de sus dimensiones de
tamaño nanométrico. Por ejemplo, los discos duros de ordenador y los paneles
fotovoltaicos están formados por multicapas, es decir, un apilamiento de
láminas delgadas, cada una de ellas de composición uniforme y con una
dimensión, su espesor, de tamaño nanométrico. Un caso ilustrativo con dos
dimensiones en la nanoescala son las nanofibras de carbono, que debido a sus
propiedades mecánicas se utilizan en la fabricación de raquetas de tenis, palos
de golf y materiales para aeronáutica. Y con tres dimensiones nanométricas
podemos mencionar las nanopartículas de dióxido de titanio, que ya se emplean
en protectores solares porque filtran los rayos ultravioleta.
Puede
afirmarse, por tanto, que la nanotecnología ya está aquí y ha venido para
quedarse. ¿Dónde podemos esperar que tenga un mayor impacto? Pues sobre todo en
tres sectores de gran interés económico y social: tecnologías de la información
y las comunicaciones, energía y medioambiente, y ciencias de la salud. En lo
que sigue, nos centraremos en este campo, en el que los nanomateriales van a
interaccionar con entidades en la nanoescala de unos pocos nanómetros
(moléculas orgánicas, sin ir más lejos el diámetro de la doble hélice del ADN
es de unos 2 nm), de una decena de nm (anticuerpos), centenares de nm (virus y
bacterias) e incluso de miles de nm (células). Analizaremos su aplicación en
dos vertientes: en las técnicas de diagnóstico y en los tratamientos para curar
enfermedades.
Nanotecnología para técnicas de diagnóstico.
Un
primer ejemplo de cómo los nanomateriales ayudan en las técnicas de diagnóstico
lo ofrecen las nanopartículas que mejoran las prestaciones de tecnologías de
imagen médica. Éstas se basan en que aparezcan contrastes en la forma en que la
luz se dispersa o se emite en el tejido sano en comparación con el tejido
enfermo. Cuanto más definido sea ese contraste, o mayor resolución tenga, más
preciso será el diagnóstico. Ese es el caso de las nanopartículas magnéticas,
que pueden emplearse como agentes de contraste en los equipos de imagen por
resonancia magnética [3]. Esta técnica de imagen está basada en medir la
resonancia magnética nuclear, en particular mediante la alteración del momento
magnético de los protones del agua contenida en el cuerpo humano. Se comienza
aplicando un intenso campo magnético externo continuo que alinea esos momentos,
se les somete entonces a pulsos de campo alterno de radiofrecuencia, y, a
través de la señal de radiofrecuencia que emiten, se mide cuánto tardan en
recuperar su posición de equilibrio alineados al campo continuo: son los
denominados tiempos de relajación. Cuando se emplean nanopartículas magnéticas
(por ejemplo de óxidos de hierro), ellas crean un pequeño campo magnético local
que provoca una disminución en los tiempos de relajación en su entorno,
mejorándose por tanto el contraste allí donde están situadas. Por lo tanto, lo
que hay que hacer previamente es funcionalizarlas adecuadamente, para que tras
ser inyectadas por vía intravenosa, se unan al tejido o tipo de células que se
desea estudiar.
Aparece
aquí uno de los conceptos clave en nanotecnología: la funcionalización de los
nanomateriales, es decir, dotarles de funciones o propiedades adicionales,
generalmente modificando su superficie. Un caso típico es emplear un
recubrimiento que les dote de las
características adecuadas: que no se deterioren en el medio (p.ej. que resistan
el pH, que tengan la hidrofobicidad o hidrofilicidad necesaria, etc.), que
lleven adherido el ligando indicado para unirse al tipo de tejido o de células
deseado, o que porten el medicamento que se desea administrar localmente. Entre
los diferentes recubrimientos y biomoléculas empleados para funcionalizar las
nanoestructuras podemos mencionar antígenos y anticuerpos (se unen
específicamente entre sí), aptámeros (alta afinidad específica a determinadas
moléculas), cadenas de ADN (para hibridarse con su cadena complementaria),
polímeros, o incluso virus.
Una
vez entendido lo que es la funcionalización, podemos seguir mencionando
aplicaciones de las nanoestructuras en las técnicas de imagen. Otro ejemplo
interesante lo proporcionan nanopartículas con iones de tierras raras, como
Europio o Gadolinio, que presentan luminiscencia persistente en el rango
espectral del infrarrojo cercano (NIR, del inglés near-infrared). Estas
nanopartículas pueden ser excitadas ópticamente in vitro antes de ser inyectadas en un animal de laboratorio, y su
distribución se puede seguir en tiempo real durante varias horas con un
microscopio óptico sin necesidad de ninguna fuente de iluminación externa.
Mediante la funcionalización adecuada, es posible por tanto emplearlas para
imagen in vivo de tumores y reparto local de fármacos [4]. Además, empleando
distintos iones en la misma nanopartícula o distinto dopado, es posible
preparar partículas multimodales, es decir, que emitan en regiones distintas
del NIR: la luminiscencia en la segunda ventana del NIR (longitud de onda entre
1000 y 1350 nm) tiene una relación señal/ruido más alta y una penetración en el
tejido más profunda que luminiscencia en la primera ventana del NIR (650 a 950
nm), debido a una menor absorción y dispersión de fotones y a una mínima
autoluminiscencia de los tejidos en aquel rango [5].
Por
otro lado, los nanomateriales también pueden utilizarse en biosensores, que son
dispositivos que detectan la presencia de determinadas especies biológicas, por
ejemplo antígenos procedentes de virus o los anticuerpos que genera el sistema
inmunológico para responder a aquellos. Los nanomateriales actúan como
transductores en un biosensor, es decir, el componente que hace de detector en
el que cambia una propiedad física o química cuantificable cuando se produce la
interacción biológica, de unión o de reconocimiento, con el analito (la especie
que se desea detectar). Para que eso suceda, la nanoestructura tiene que estar
convenientemente funcionalizada con el elemento biológico que interacciona con
esa especie en particular. La propiedad medible puede ser muy diversa: efectos
ópticos, efectos piezoeléctricos, respuesta mecánica, efectos magneto-ópticos, respuesta magnética,
etc.
Analicemos
un caso paradigmático: los biosensores basados en resonancia de plasmón [6]. El
nanomaterial es una lámina de espesor nanométrico de un metal noble,
normalmente oro, y la resonancia de plasmón es una excitación colectiva de sus
electrones de conducción que se propaga como onda evanescente, lo que se
manifiesta con una absorción total de la luz en un ángulo particular de
incidencia. Ese ángulo en el que ocurre la absorción total depende del índice
de refracción del medio con el que el oro está en contacto. Para que actúe como
detector, su superficie se funcionaliza con la especie complementaria al
analito deseado: si por ejemplo se desea detectar un anticuerpo, sobre el oro
se inmoviliza su antígeno específico. Si se produce el reconocimiento, es
decir, cuando el anticuerpo se une al antígeno inmovilizado sobre el oro, la
composición del medio con el que el oro está en contacto se modifica, por lo
que se altera el índice de refracción y por consiguiente la resonancia de
plasmón se ve modificada, lo que se manifiesta en un cambio en la señal óptica.
Una
mejora en este dispositivo es usar no solo una lámina de oro sino una multicapa
en la que el oro se combina con otra lámina de espesor nanométrico de un
material magnético, por ejemplo hierro o cobalto. El funcionamiento es similar,
con la diferencia de que se emplean unas pequeñas bobinas o un imán para
aplicar un campo magnético, y se mide entonces un efecto magneto-óptico cuando
se produce la resonancia de plasmón, como por ejemplo la diferencia de
reflectividad de la luz con el campo aplicado en un sentido y en otro (TMOKE,
del inglés Transversal Magneto-Optical
Kerr Effect): cuando se produce el reconocimiento, la señal TMOKE se
modifica (véase Fig. 1). Se obtiene así una mejora en el límite de detección,
es decir, se consigue detectar concentraciones más bajas de analito [7,8].
Fig.1.
Esquema del funcionamiento de un biosensor magneto-óptico de resonancia de
plasmón empleando una multicapa oro/cobalto/oro como transductor (adaptado de
[8]).
Otra
posibilidad es emplear nanoestructuras de oro en lugar de una lámina delgada, y
por tanto la detección está basada en detectar cambios en la resonancia de
plasmón localizado. La posición espectral de esa resonancia depende de la
composición, tamaño y forma de las nanopartículas, así como también del índice
de refracción del medio dieléctrico alrededor de ellas. La dependencia con los
tres primeros factores se emplea para seleccionar en qué región del espectro se
desea trabajar, ya en el espectro visible, ya en el infrarrojo cercano (sintonización
espectral), lo que resulta útil para maximizar la respuesta de biosensibilidad
de las nanoestructuras. Por último, las interacciones biomoleculares en la
superficie de las nanoestructuras provocan un cambio local de índice de
refracción, que se detecta por el desplazamiento de la resonancia [9].
Otros
biosensores emplean efectos de transporte eléctrico, como por ejemplo cambios
en la impedancia de una multicapa magnética cuando se aplica un campo
magnético, fenómeno denominado magneto-impedancia gigante (GMI, Giant Magneto-Impedance). Se emplean
partículas magnéticas en disolución convenientemente funcionalizadas para
captar el analito deseado (un biomarcador que indique la presencia de una
enfermedad: un fragmento de ADN, un anticuerpo, una proteína, una enzima…), y
cuando se depositan sobre la multicapa, el campo magnético dipolar de las
partículas se detecta por los cambios en la respuesta de GMI de aquella [10].
Otro
tipo de biosensores basados en nanomateriales son los biosensores nanomecánicos
[11]. En su configuración más habitual, se trata de unas micropalancas con
forma de trampolín y espesor del orden de 1000 nm (véase Fig. 2), que están
funcionalizadas con la especie complementaria al analito que se desea detectar.
Cuando se produce el reconocimiento molecular, cambian tanto la masa como las
propiedades mecánicas del sistema (elasticidad, rigidez). Suele trabajarse en
modo dinámico, es decir, aprovechando las resonancias mecánicas de la
micropalanca (por ejemplo, el primer modo flexural) y empleando un láser que
rebota en la micropalanca y llega a un fotodetector, para detectar cómo se
mueve aquella.
Fig.2. Imagen de SEM de
un conjunto de micropalancas (cortesía del grupo de Bionanomecánica del
Instituto de Micro y Nanotecnología, CSIC).
Mycobacterium
tuberculosis,
la bacteria responsable de la tuberculosis [12], y el VIH en un estadio muy
incipiente de la enfermedad, apenas una semana después de la infección [13],
han podido detectarse con estos biosensores nanomecánicos. De hecho, son tan
sensibles que pueden ser una buena herramienta para establecer un diagnóstico a
partir de las propiedades mecánicas de las células [14]. Por ejemplo, se sabe
que las células de cánceres metastásicos son más elásticas que las células
sanas, un hecho que está relacionado con la capacidad de aquéllas para invadir
zonas distantes de nuestro organismo, puesto que tienen que atravesar canales
muy estrechos, como por ejemplo finos capilares. Un conjunto de células
cancerígenas sobre una micropalanca daría por tanto una respuesta mecánica
distinta a la que tendría un conjunto de células sanas.
Nanotecnología para tratamiento de
enfermedades.
Aunque
la nanotecnología puede emplearse para otros aspectos curativos importantes
como son la regeneración de tejidos o la terapia génica, nos centraremos aquí
en las soluciones que ofrece para paliar dos de los problemas de salud más
acuciantes hoy en día: el cáncer, esto es, el crecimiento incontrolable de
células con un comportamiento anormal, y las infecciones causadas por
bacterias, dado que muchas de ellas desarrollan mecanismos adaptativos para
resistir a los antibióticos convencionales.
Nanotecnología contra el cáncer.
El
cáncer es actualmente la segunda causa de mortalidad en los países
desarrollados, y se estima que una de cada tres personas deberá enfrentarse a
esta enfermedad a lo largo de su vida. En la lucha contra el cáncer, hay
planteadas diversas estrategias basadas en nanomateriales. Una de las más
abordadas entre la comunidad científica es la hipertermia, que consiste en
poner junto a las células cancerígenas unas nanopartículas que les aportan
calor para destruirlas, ya sea mediante el desencadenamiento de la apoptosis o
muerte celular programada cuando la temperatura alcanza unos 45 ºC, ya sea mediante su carbonización o termoablación para temperaturas superiores a
50 ºC. Existen dos vías para que las nanopartículas aporten calor, que se
diferencian en el mecanismo y en el agente externo que se aplica:
1) La hipertermia plasmónica [15]. En este
caso se emplean nanopartículas de metal noble que presentan una resonancia de
plasmón localizada: cuando se las ilumina con luz de la longitud de onda a la
que presentan la resonancia, que está en el rango espectral del infrarrojo, esa
radiación es absorbida totalmente y la nanopartícula se calienta. Son muy
efectivas las nanopartículas que presentan puntas donde se producen efectos de
localización e intensificación de la luz, como nanobarras o nanoestrellas[16].
2)
La hipertermia magnética [3]. En esta terapia se emplean nanopartículas
magnéticas, en especial las de óxidos de hierro debido a su buena
biocompatibilidad, y de tamaño suficientemente pequeño como para presentar un
comportamiento superparamagnético: esto significa que, debido a las
fluctuaciones térmicas, no tienen imanación estable en ausencia de campo
magnético aplicado, por lo que se mantiene la estabilidad coloidal y se impide
que se aglomeren por atracción magnética. Cuando se aplica un campo magnético
alterno externo, las nanopartículas transfieren calor a su entorno, ya sea
porque sus momentos magnéticos o espines se van orientando siguiendo las
variaciones de ese campo y disipando energía, ya sea porque cada nanopartícula
rota como un todo y fricciona con el medio circundante (esos mecanismos se
denominan relajación de Néel y relajación de Brown, respectivamente).
Otra
estrategia basada en nanopartículas magnéticas se fundamenta en una actuación
magneto-mecánica. En esta ocasión, se emplean estructuras que sí presentan un
estado ferromagnético, aunque con una pequeña imanación neta remanente, y se
aplica un campo alterno para que sea toda la nanoestructura quien rote,
generando así una fricción mecánica que provoca la ruptura de las células
cancerígenas a las que están adheridas o que incluso las han internalizado
[17]. Para que el proceso sea más eficiente, se prefieren geometrías distintas
a la esférica, por ejemplo nanodiscos [18,19], véase Fig. 3.
Fig.3. Destrucción
magneto-mecánica de células de carcinoma pulmonar (adaptada de [19]).
Micrografías de células de carcinoma de pulmón con nanodiscos de níquel-hierro
cubierto con oro (diámetro: 140 nm y espesor total: 50 nm) 4 h después de la
aplicación de un campo magnético alterno de 10 mT y 10 Hz durante 30 min. En
las imágenes de fluorescencia se han empleado distintos indicadores para que en
b) aparezcan con tinte azul todos los núcleos celulares, mientras que en c)
sólo aparezcan en rojo los que han sido destruidos, que fueron los que habían
internalizado nanodiscos, marcados con un círculo rojo en a).
También
se investiga en el suministro dirigido de fármacos mediante nanopartículas: en
este caso, las nanopartículas hacen de portadoras de medicamentos que
administran localmente en la zona del organismo donde es necesario actuar, zona
que podemos denominar “el blanco” al que se desea apuntar, que en muchos casos
es un tumor cancerígeno o incluso orgánulos celulares específicos como el
núcleo o la mitocondria. En esta ruta, las nanopartículas se funcionalizan para
que lleven un fármaco adherido o incorporado, que se libera cuando haya
alcanzado el blanco mediante la activación del mecanismo adecuado por un
estímulo. Ese estímulo puede ser interno a la patología existente, como un
cambio en el pH, una degradación enzimática o un potencial redox, o puede ser
externo, como aplicar un campo magnético, ultrasonidos, o una determinada
iluminación.
Es
importante mencionar aquí otro concepto clave: la encapsulación, es decir,
nanoentidades que ejercen de contenedores o cápsulas en cuyo interior se halla
un fármaco. Entre las más estudiadas se encuentran las nanopartículas
mesoporosas de sílice [20], los liposomas (vesículas esféricas de lípidos) [21]
y sus análogos a base de polímeros [22],
llamados polimerosomas. La principal ventaja que ofrecen estas dos últimas
nanocápsulas es su mimetismo mejorado en medio fisiológico, por lo que pueden
evitar el reconocimiento y la respuesta del sistema inmune.
Por
último, debemos responder a una pregunta fundamental: ¿cómo se logra que, en
todas estas estrategias (hipertermia, actuación magneto-mecánica, reparto local
de fármacos) solo se vean afectadas las células cancerígenas y no las sanas? De
nuevo, de forma más extendida, mediante una funcionalización adecuada de las
nanopartículas, por ejemplo acoplándoles anticuerpos que reconozcan los
antígenos específicos de tumores (proteínas que aparecen solo en células
tumorales). En el caso de nanopartículas magnéticas, si el tumor está
localizado, pueden acumularse allí colocando un imán permanente en su proximidad
[23]. Es necesario que ese imán genere un gradiente de campo suficientemente
intenso como para vencer al movimiento del flujo sanguíneo, y hay que tener en
cuenta además que el tejido existente entre el blanco y el imán también podría
acumular nanopartículas: por ello, imanes externos solo podrán emplearse para
tumores cercanos a la superficie corporal, mientras que tumores internos
requerirán la implantación quirúrgica del imán (y su posterior extracción).
Asimismo,
en determinados tumores se manifiesta el efecto de retención y permeabilidad
aumentadas, también conocido como efecto EPR por su siglas en inglés (Enhanced Permeability and Retention)
[24]: sucede que el tejido tumoral presenta una vascularización inmadura con
grandes fenestraciones o aberturas, lo que provoca que en estos tejidos se
acumule de forma natural una cantidad de nanopartículas mucho mayor que en los
tejidos sanos.
Nanotecnología contra las infecciones.
La
aparición de bacterias resistentes a los fármacos es un fenómeno que causa gran
preocupación hoy en día: por ejemplo, según el Centro de Control de las
Enfermedades (CDC, Center for Disease
Control) las infecciones bacterianas en Estados Unidos afectan a unos dos
millones de personas anualmente, y de continuar la tendencia actual, se prevé
que en 2050 morirán más personas debido a ellas que a todas las demás
enfermedades juntas, incluido el cáncer. Por ello, hay una importante labor
investigadora en este campo, en la que los nanomateriales tienen mucho que
aportar.
En
los últimos años se ha verificado la acción antibacteriana de diversas
nanopartículas metálicas, en especial de plata [25], cobre [26] y zinc [27].
Estas nanopartículas se oxidan superficialmente de forma natural en condiciones
ambientales o en medio fisiológico, y presentan efectos antibacterianos debido
a dos mecanismos [28]. Por un lado, liberan iones metálicos que provocan daños
funcionales en la membrana celular, alterando su integridad. Por otro, producen
especies reactivas de oxígeno (ROS, por las siglas de Reactive Oxygen Species: iones oxígeno, radicales libres y
peróxidos) que inducen estrés oxidativo y acaban provocando la apoptosis: este
suele ser el mecanismo más importante [25]. Conviene señalar que estos efectos
también se están explorando en la lucha contra el cáncer, y de hecho ya hay
nanopartículas metálicas o de óxidos metálicos que presentan actividad
antibacteriana y también anticancerígena [29].
Se
trabaja también en el desarrollo de recubrimientos nanoestructurados y
biocompatibles con propiedades antibacterianas, que paliarían los problemas de
infección y rechazo en diversos biomateriales y herramientas médicas, tales
como implantes dentales, implantes ortopédicos, marcapasos y catéteres. Existen
tres estrategias posibles: 1) superficies que liberan fármacos antimicrobianos;
2) superficies que matan directamente las bacterias adheridas (eliminación por
contacto); y 3) superficies que impiden la adhesión de las bacterias. Debido a
la gran capacidad adaptativa de las bacterias frente a los antibióticos, se
consideran más interesantes a largo plazo estas dos últimas estrategias
[30].
La
eliminación por contacto puede lograrse incorporando nanoentidades con
propiedades bactericidas, como por ejemplo nanopartículas de plata [31]. Por su
parte, impedir la adhesión de las bacterias se obtiene con una corrugación en
la nanoescala que hace que las bacterias tengan pocos puntos de anclaje
accesibles [32]. En el caso de los recubrimientos para implantes, es un
requisito imprescindible que esa corrugación no impida la proliferación de las
células eucarióticas necesarias, como son los osteoblastos (las células que
generan hueso) en los implantes ortopédicos.
Afortunadamente, los tamaños son distintos: las bacterias tienen tamaños
entre 500 nm y 2 micras, mientras que las células eucarióticas involucradas
tienen tamaños de decenas de micras, por lo que con los parámetros adecuados
pueden conseguirse superficies nanoestructuradas que inhiban la proliferación
bacteriana sin afectar (o incluso mejorar) el desarrollo de las segundas. Por
ejemplo, un recubrimiento a modo de tapiz formado por nanocolumnas de titanio
de 50 nm de diámetro, 300 nm de largo y separaciones entre columnas de 100 a
200 nm disminuye notablemente la adhesión bacteriana e impide la formación del
biofilm (impidiendo por tanto la infección), mientras que permite el normal
desarrollo de los osteoblastos [33], véase Fig. 4.
Fig.4. Esquema del
funcionamiento de un recubrimiento antibacteriano formado por nanocolumnas de
titanio (adaptado de [33]).
Además,
es posible mejorar las prestaciones de este recubrimiento sintetizando unas
nanopartículas de teluro sobre ese tapiz [34]: se logra así una sinergia entre
la baja adhesión bacteriana debida a las nanocolumnas de titanio y el efecto
bactericida (eliminación por contacto debida a la producción de ROS) causado
por esas nanopartículas de teluro, sin comprometer por ello la viabilidad de
los osteoblastos, véase Fig. 5.
Fig.5. Imagen de SEM de
una bacteria del tipo Staphylococcus aureus (de unos 600 nm de diámetro, en
azul) colocada sobre un recubrimiento de nanocolumnas de titanio (en rojo, con
unos 50 nm de diámetro y 300 nm de longitud cada una de ellas) que además posee
unas nanopartículas alargadas de teluro (en amarillo, unos 200 nm de longitud)
que la mata por contacto. Este sistema es un claro ejemplo de sinergia en
nanotecnología (cortesía del grupo de Nanoestructuras Metálicas del Instituto
de Micro y Nanotecnología, CSIC).
Consideraciones finales.
Acabamos
de ver que los nanomateriales no solo deben ser efectivos para el diagnóstico o
el tratamiento de una enfermedad, sino que también deben ser inocuos para las
células sanas y que permitan su normal desarrollo. Los estudios de
biocompatibilidad deben contemplar además otros aspectos: es necesario
comprobar que no generen rechazo inmunológico ni provoquen carcinogénesis, y
considerar su posible transformación a lo largo de su ciclo de vida, analizando
su toxicidad: a qué órganos pueden afectar, qué alteraciones pueden producir y
a partir de qué umbrales. Asimismo, es importante estudiar cómo se eliminan del
organismo y qué sucede con ellos posteriormente, teniendo en consideración su
posible reciclaje.
Debido a todo ello, hasta que se
comercializa una terapia hay que recorrer un largo camino que dura varios años:
se inicia con los ensayos in vitro,
si son positivos se pasa normalmente a ensayos con animales y por último se
realizan las distintas fases de los estudios clínicos. Por eso, le ruego al
lector o a la lectora de este capítulo un poco de paciencia si no encuentra aún
en el hospital algunas de las técnicas que aquí se han mencionado: le aseguro
que no son ciencia ficción, y muchas de ellas acabarán estando disponibles para
su uso.
Referencias:
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José Miguel
García-Martín
Doctor
en Ciencias Físicas.
Investigador Científico,
Instituto de Micro y Nanotecnología, CSIC.
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