lunes, 1 de abril de 2019

La Gravedad - Leonardo Fernández Jambrina

La Gravedad: ¡Hágase Newton! Y la luz se hizo… ¿Y Einstein?

La naturaleza y la luz yacían ocultas en la Noche.
Dijo Dios: "Sea Newton", y todo se hizo luz.
Alexander Pope.

Pero no duró mucho, pues el diablo gritó: ¡Ho!,
"Sea Einstein", y se restauró el statu quo.
John Collins.


El título de este capítulo, como muchos os habréis dado cuenta, hace referencia al elogioso epitafio que el poeta británico Alexander Pope dedicó a Isaac Newton. Menos conocida es la réplica que John Collins le añadió para hacer constar que la maquinaría perfecta de la mecánica newtoniana hubo de ser retocada por Albert Einstein.
De esto es precisamente de lo que os quería hablar, de los primeros pasos de una teoría nueva, la Relatividad General, con los primeros intentos de incorporar la fuerza gravitatoria a la Teoría Especial de la Relatividad. Estamos en los años entre 1905 y 1908. Los argumentos que emplearé son bastante conocidos y sugieren, aunque no describen completamente, fenómenos que solo pueden ser estudiados con la Teoría General. Sin embargo, pese a estar superados hoy en día, dan buenas pistas que apuntan hacia lo que debería describir una teoría completa. Sin llegar a dicha Teoría General, por tanto, me ocuparé de la evolución del llamado principio de equivalencia.
Como referencia básica, me he guiado por el capítulo introductorio de [1]. Para las notas históricas, me he basado en [2].
En 1905 Albert Einstein, todavía funcionario de la Oficina de Patentes de Berna, realizó tres contribuciones fundamentales a la Física, que revolucionaron la ciencia del siglo XX.
En el primero de sus trabajos de ese año, Einstein explicó el efecto fotoeléctrico (la emisión de electrones por ciertos materiales al ser irradiados), basándose en la hipótesis de Max Planck, formulada cinco años antes, de que la radiación electromagnética no es un continuo, sino que está formada por paquetes, los cuantos de energía E = proporcional a la frecuencia de la radiación, ν. La constante de proporcionalidad es la constante h de Planck, que toma un valor muy pequeño, h = 6.63 · 10-34Js, lo que explica que no fueran detectados con anterioridad. Este trabajo le valió el premio Nobel de Física años más tarde. Max Planck había formulado su hipótesis de los cuantos para explicar el espectro de radiación del cuerpo negro. Estos trabajos supusieron la fundación de la mecánica cuántica, la primera de las grandes revoluciones científicas del siglo XX.
En el segundo trabajo, Einstein introdujo una de sus aportaciones más conocidas, la teoría de la relatividad especial, que reconciliaba la mecánica con el electromagnetismo.
Finalmente, Einstein sentó las bases de la mecánica estadística al dar una explicación para el movimiento browniano de las partículas en un fluido.
En este capítulo nos dedicaremos a algunas de las contribuciones a las que estos trabajos dieron lugar. Es decir, nos ocuparemos del trabajo de Einstein posterior a 1905, pero anteriores a la publicación de la teoría general de la relatividad, que permitiría incorporar el campo gravitatorio al marco de la teoría de la relatividad.
Sin llegar a describir la teoría de la relatividad general, analizaremos las consecuencias del llamado principio de equivalencia, que simplemente expresa el hecho experimental de que todos los cuerpos caen con igual aceleración, independientemente de su composición, algo ya conocido por Galilei a principios del siglo XVII.
Como veremos, la extensión del principio de equivalencia a otras áreas de la física, distintas de la mecánica, permite extraer notables consecuencias relativas al tiempo y a la trayectoria de los rayos de luz, que precisamente fundamentan la necesidad de trascender la mecánica clásica, y que finalmente conducirían a la formulación, por el propio Einstein, de la teoría de la relatividad general.
Aunque los resultados que se van a consignar son solo cualitativamente correctos, permiten dar una idea de las consecuencias de la relatividad general, sin necesidad de profundizar en las complejidades de la teoría.
Dado que los únicos conocimientos que se van a emplear van a ser el principio de equivalencia y las leyes de Newton, para seguir este capítulo solo son precisas las nociones de física que se imparten en cualquier curso elemental de física general.
 son precisas las nociones de fde fñiusican a ser el principio de equivalencia y las leyes de Newton, para seguir este cpas de Para ello, comenzaremos con una breve revisión de los antecedentes de la mecánica, comenzando por Aristóteles y siguiendo por Galilei y Newton, para dar cuenta de la evolución histórica, a grandes rasgos, de esta rama de la Física, haciendo hincapié en los aspectos relacionados con el principio de equivalencia. Finalmente analizaremos las consecuencias de la extensión de este principio, realizada por Einstein en los años 1907-1908.

La mecánica aristotélica.
Me vais a permitir que me remonte hasta la Edad Antigua, hasta la Grecia clásica. Nuestro punto de partida será la Física de Aristóteles (Estagira 384 a.C.-Calcis 322 a.C.). ¿Por qué tan atrás?, ¿no íbamos a hablar de Einstein?, os preguntaréis. La respuesta es sencilla: porque la influencia de este filósofo se prolongó a lo largo de nuestra Edad Media gracias a la adaptación que hizo Tomás de Aquino de su filosofía para cimentar una teología cristiana, la escolástica. Hasta entonces había primado la influencia de la filosofía de Platón, adaptada al cristianismo a través de las enseñanzas de Agustín de Hipona.
Además, Aristóteles fue uno de los primeros autores griegos en escribir un tratado de Física. Esto no quiere decir que los filósofos anteriores no se ocuparan del tema. Al contrario, desde Tales de Mileto todos los pensadores griegos abordaron con mejor o peor fortuna la filosofía natural, el estudio de la naturaleza.
Posiblemente la principal contribución de Aristóteles a la ciencia moderna sea la sistematización de la lógica deductiva, en el sentido de que la ciencia se debe componer de una colección de axiomas, a partir de los cuales, por reglas de razonamiento válidas, como los silogismos, se van deduciendo las proposiciones verdaderas.
En relación con el tema que nos ocupa, la gravitación, para Aristóteles los cuerpos caen por su propia naturaleza, buscando su lugar natural. Lo mismo que la naturaleza del fuego le hace ascender, lo natural para los cuerpos graves sería ubicarse en el centro de la Tierra.
En la citada Física, Aristóteles da pábulo a uno de los errores populares más comunes, que los cuerpos más pesados caen más rápido que los más ligeros. Una idea fuertemente arraigada, que aún hoy no ha sido erradicada de la intuición humana. No pretendamos, por tanto, que lo estuviera en el siglo IV a.C. De hecho, para Aristóteles los tiempos de caída de los cuerpos son inversamente proporcionales a sus pesos. Una afirmación sencilla de rebatir, que sería contestada por Juan Filópono de Alejandría en el siglo VI.
Aparte del movimiento natural de los cuerpos, existen otros movimientos, que solo se mantienen por aplicación continuada de una fuerza, ya que el estado natural de los cuerpos es el reposo. Por ejemplo, en la filosofía aristotélica un proyectil no sigue una trayectoria parabólica, sino que avanzaría en línea recta hasta perder su impulso, movimiento antinatural, para luego descender verticalmente hasta recuperar su posición natural, tal como hacen los personajes de los dibujos animados1.

El principio de equivalencia galileano.
Esta teoría aristotélica del movimiento no fue refutada definitivamente hasta los trabajos de Galileo Galilei (Pisa 1564-Arcetri 1642) a comienzos del siglo XVII. Las aportaciones de Galilei a la mecánica son innumerables. En oposición a Aristóteles, descubrió que los cuerpos, independientemente de su masa, caen con aceleración constante y que la distancia recorrida es proporcional al cuadrado del tiempo de caída. Galilei obtuvo estos resultados haciendo rodar bolas por planos inclinados y dejando oscilar péndulos de materiales distintos, pero de igual longitud. La imagen sugerente de Galilei arrojando objetos desde la torre de Pisa es, por tanto, apócrifa.
Aparte de la validación experimental, Galilei aportó un razonamiento, un Gedankenexperiment, a favor de su idea: pensemos en dos cuerpos A y B, de masas distintas. Si A es más pesado que B, debería caer más rápido que B, de acuerdo con la idea preconcebida. Unamos A y B con una cuerda delgada y dejémoslos caer de nuevo. Lo esperable es que B frene la caída de A y por ello el nuevo cuerpo AB debería caer más rápido que B, pero más lento que A. Sin embargo, si seguimos con la idea de que los cuerpos más pesados caen antes, resultará que, como el nuevo cuerpo AB es más pesado aún que los anteriores, debería caer más rápido que A y B por separado. Esta contradicción servía de argumento a Galilei para justificar que la velocidad de caída no podía depender de la masa de los cuerpos.
Este resultado se conoce como la formulación débil del principio de equivalencia o principio débil de equivalencia, que podemos expresar afirmando que dos cuerpos caen, en presencia de la gravedad, al mismo tiempo, independientemente de su masa y de su composición.
Esta propiedad revela el carácter geométrico avant la lettre de la gravedad, ya que, a estos efectos, no importan las propiedades de los cuerpos, sino solo las distancias entre ellos.
Estas y otras contribuciones las recoge Galilei en su obra De motu (sobre el movimiento), una colección de ensayos que no llegó a publicar en vida, y en Discorsi e dimostrazione matematiche intorno à due nuove scienze, publicada en 1638 en Leyden, Países Bajos, eludiendo así la censura de la Inquisición.
El principio débil de equivalencia fue comprobado con una precisión de un parte en un billón (europeo) por Braginskii y su equipo en los años sesenta, aunque seguramente es más impactante la imagen en vídeo de la caída de una pluma y un martillo en la Luna, realizada por tripulantes de la misión Apolo XV, que podréis localizar fácilmente en la red2 o el muy gráfico vídeo de la BBC3.
A Galilei debemos también el principio de conservación de la cantidad de movimiento, también conocido como ley de inercia, que afirma que, en ausencias de fuerzas externas, todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme. Es decir, añade el movimiento uniforme a la lista de movimientos naturales. Este principio se suele tomar como definición de los sistemas de referencia inerciales o galileanos, que son aquellos en los que los cuerpos permanecen en reposo o en movimiento rectilíneo en ausencia de fuerzas.
A pesar de todas sus contribuciones a la mecánica Galilei no llegó a formular una teoría de la gravedad.

Mecánica newtoniana.
La evolución que supusieron las contribuciones de Galilei y Kepler a comienzos del siglo XVII terminó por eclosionar en la figura de Isaac Newton (Woolsthorpe 1643-Londres 1727), quien en su larga vida abordó la práctica totalidad de los problemas científicos de su tiempo, planteando, a diferencia de sus antecesores, teorías cerradas para los fenómenos naturales, en lugar de descripciones fenomenológicas. Ciertamente, buena parte del pensamiento científico de Newton está presente en otros autores, pero solo él tuvo la genialidad de comprender su alcance y significado. Sin duda sus Philosophiae naturalis principia mathematica (1687) constituyen la mayor aportación hasta la fecha a la Física en toda su historia.
En el campo estrictamente matemático, es bien conocida su contribución al cálculo diferencial, compartida en agria polémica con Gottfried von Leibniz. En óptica planteó una bella teoría, la cual, aunque errónea, se anticipó varios siglos a la mecánica cuántica, al sugerir la naturaleza corpuscular de la luz.
En el tema que nos ocupa, nos centraremos en dos trabajos exclusivamente, las tres leyes de la mecánica y la ley de gravitación universal, ambas incluidas en los Principia.
La ley de gravitación universal ya había sido postulada para describir el movimiento de los planetas alrededor del sol por Robert Hooke, quien reclamó su paternidad frente a Newton. Independientemente de ello, el gran acierto de Newton fue precisamente el carácter universal de la ley, pues describe, no solo el movimiento de los planetas, sino el movimiento de cualquier cuerpo sometido a la atracción gravitatoria, como un péndulo o un objeto en caída libre.
La ley de gravitación resume y explica las tres leyes empíricas relativas al movimiento de los planetas de Kepler, quien, como se ha mencionado, no llegó a formular una teoría propia al respecto. Se limitó a expresar leyes fenomenológicas a partir de sus observaciones y las de su predecesor Tycho Brahe, matemático imperial en la corte de Rodolfo II:
1. Los planetas describen órbitas elípticas alrededor del sol, situado en uno de los focos.
2. El segmento que une el planeta con el sol barre áreas iguales en tiempos iguales.
3. Para dos planetas cualesquiera el cociente de los cuadrados de sus períodos es igual al cociente de los cubos de los radios medios de sus órbitas.

La genialidad de Newton y de Hooke fue comprender que las dos primeras leyes implicaban una fuerza gravitatoria central (orientada a lo largo del segmento r que une los centros del Sol y del planeta) y con magnitud proporcional al inverso del cuadrado de la distancia r y a las masas del Sol M y del planeta m,
𝑭 = − (𝐺𝑀𝑚/ r3) 𝒓
si bien Hooke no consiguió demostrar matemáticamente su intuición, logro que corresponde a Newton, quien conocía, no obstante, el trabajo de Hooke.
Al margen de sus éxitos, la ley de gravitación adolecía de un problema filosófico para la época, la acción a distancia. No era concebible que un cuerpo interactuara con otro sin que mediara el contacto entre ellos.
De hecho, René Descartes había formulado con anterioridad otra teoría alternativa de la gravitación, en la cual el universo estaba lleno de un material, el éter, cuyo movimiento en remolinos arrastraba a los cuerpos celestes, los cuales alimentaban a su vez a los remolinos de éter. Esta teoría, modificada por Nicolas Malebranche, estuvo en boga en el continente europeo en competencia con la ley newtoniana hasta que fue finalmente refutada.
En 1735 la Academia de París organizó dos expediciones para medir un grado de meridiano de la superficie de la Tierra. Una de las expediciones, comandada por Pierre Louis Moreau de Maupertuis, se encaminó a Laponia, para medirlo en las proximidades del polo, mientras que la segunda, dirigida por Charles Marie de La Condamine, se dirigió a Perú, para medirlo en las proximidades del ecuador. Como consecuencia de las expediciones se estableció que la tierra es oblata (achatada en los polos), en contradicción con la teoría de Descartes, que propugnaba que era prolata (alargada por los polos), y en consonancia con la teoría newtoniana, que recibió el espaldarazo definitivo.
En la expedición al Perú participó el español Jorge Juan y Santacilia (1713-1773), al que recordaréis por los billetes de 10.000 pesetas, cuyas anotaciones fueron recogidas en el libro Observaciones astronómicas y físicas hechas en los Reinos del Perú.
Otros grandes éxitos de la teoría newtoniana fueron la predicción de la órbita del cometa Halley en su regreso en 1759, la descripción de las órbitas de planetas y asteroides en el sistema solar con una precisión de una parte en cien millones. Ya en tiempos de Newton se hallaron cometas que seguían órbitas no elípticas, sino parabólicas.
También explica la ley de gravitación universal el fenómeno de las mareas y sirvió para que Urbain Jean Joseph Leverrier y John Couch Adams predijeran la existencia del planeta Neptuno, descubierto en 1846, a partir de las anomalías en la órbita de Urano.
Este último éxito fue tal que cuando se conocieron las discrepancias en la órbita de Neptuno, se postuló la existencia de un noveno planeta, Plutón, que fue descubierto en 1930 por Clyde W. Tombaugh, aunque resultó ser un planeta enano. Del mismo modo, las anomalías en la órbita de Mercurio sugirieron la existencia de un nuevo planeta interior, cuya trayectoria quedaría oculta por el brillo del sol. Sin embargo, en este caso no se halló tal planeta y la explicación correcta tuvo que esperar a la teoría de la relatividad de Albert Einstein.
 Así pues, podemos afirmar que la teoría newtoniana murió de éxito, ya que sus logros fueron el motivo de la necesidad de su revisión. Aparte de las discrepancias en la órbita de Mercurio, cuyo perihelio (posición más próxima al sol en su órbita) avanza 42.7'' cada año, quedaban otros problemas sin resolver, muchos de ellos de índole filosófica. 
Aparte de la acción a distancia e instantánea de la fuerza gravitatoria, quedaba por explicar el carácter absoluto de la aceleración en la teoría newtoniana, a diferencia de la velocidad, que solamente es relativa. ¿Respecto a qué aceleraban los cuerpos? O, dicho de otra manera, ¿qué determinaba los sistemas inerciales? Para Newton la aceleración es relativa al espacio absoluto. Otros, como el matemático y filósofo George Berkeley, pensaban que aceleramos respecto a las estrellas fijas lejanas, que determinarían un sistema de referencia inercial.  El físico y filósofo Ernst Mach sostenía que era la propia materia del universo la que determinaba la inercia.  Aunque este punto de vista motivó a Einstein para formular la teoría de la relatividad, las ideas machianas fueron refutadas por esta.

Principio de equivalencia fuerte.
Saltamos un siglo y nos encontramos con Albert Einstein. Entre 1905 y 1908, fue decisiva su intuición al percatarse de que el principio galileano tenía muchas más implicaciones que las que habían sido ya descubiertas y le otorgó un papel fundamental en su razonamiento. De hecho, las consecuencias del principio de equivalencia son tan profundas que anuncian el final de la mecánica clásica, que paradójicamente había contribuido a fundar.
Del principio de equivalencia se concluye que las leyes de la mecánica son las mismas en un campo gravitatorio uniforme g que en un sistema con aceleración -g,
𝑭 + 𝑚𝒈 = 𝑚𝒂 ⇔ 𝑭 = 𝑚𝒂 − 𝑚𝒈
simplemente cambiando de lado el término gravitatorio, convirtiendo la fuerza gravitatoria en aceleración.
Por tanto, podemos eliminar el campo gravitatorio uniforme con una aceleración, por ejemplo, dejándonos caer en caída libre en el propio campo gravitatorio. De hecho, muchos de los experimentos de ingravidez se realizan a bordo de aviones o en naves espaciales en órbita con los motores apagados, es decir, en caída libre en el campo gravitatorio terrestre. Aunque, por su impulso inicial, no caigan, sino que orbiten en trayectorias elípticas. Nuevamente, esto dista de ser obvio popularmente. Solo hace falta echar un vistazo a De la Tierra a la Luna, para encontrarnos con que Julio Verne pensaba que esto solo sucedía en el punto en el que la atracción terrestre y lunar se compensan.
Hasta aquí, no hay nada nuevo que no estuviera presente en el principio de equivalencia de Galilei. La genialidad de Einstein consistió en su generalización.
Si para Galilei no podíamos distinguir entre un campo gravitatorio y una aceleración uniforme con experimentos mecánicos, para Einstein las leyes de la Física tampoco deben distinguir entre uno y otra. O, lo que es lo mismo, las leyes de la Física en un laboratorio en caída libre en un campo gravitatorio son las mismas que en un sistema inercial. Al menos, a cortas distancias, para que las variaciones del campo en el espacio, las llamadas fuerzas de marea, no sean perceptibles.
Este enunciado se conoce como principio de equivalencia fuerte o principio de equivalencia de Einstein y recoge dos elementos fundamentales: la extensión del principio galileano fuera del ámbito de la mecánica y a campos gravitatorios no uniformes. Veremos a continuación que este principio tiene consecuencias de alcance insospechado.

Curvatura de los rayos de luz.
Consideremos un laboratorio en caída libre (Fig.1), con aceleración, por tanto, igual al campo gravitatorio, a=g. Desde un extremo A del laboratorio emitimos una señal luminosa.
Como el laboratorio es un sistema inercial de acuerdo con el principio de equivalencia de Einstein, la señal sigue una trayectoria recta dentro del laboratorio en caída libre (parte izquierda de la Fig.1).
Sin embargo, visto desde fuera, es decir, inmersos en el campo gravitatorio g, observaremos que la trayectoria de la señal se curva por efecto de la gravedad (parte derecha de la Fig.1).


Fig.1.

Este resultado tiene sentido si pensamos en la luz como un haz de partículas, los fotones, y tenemos en cuenta que, por la equivalencia entre masa y energía, los fotones han de sentir el campo gravitatorio.
Esta sorprendente predicción del principio de equivalencia fue confirmada después de la primera guerra mundial por una expedición angloalemana a la isla Príncipe, dirigida por el astrónomo británico Arthur Eddington4.
La idea del experimento consistía en que la masa del sol curvaría los rayos de luz (Fig.2) provenientes de estrellas lejanas y por ello se podrían observar estrellas ocultas tras el disco solar. El ángulo de desviación esperado era
Θ = (4𝐺𝑀) / (𝑐2𝑅) = 1.75″
siendo 𝐺 la constante de gravitación universal, 𝑀 la masa del sol, 𝑐 la velocidad de la luz en el vacío y 𝑅 el radio del sol.
En realidad, con el principio de equivalencia solo se predice la mitad de este valor. El resultado completo lo proporciona la teoría de la relatividad general.
Obviamente, la propia luz del Sol impediría la observación de las estrellas, por eso se esperó hasta el eclipse solar de 1919. Intentos anteriores fracasaron por culpa de la guerra, la niebla, la lluvia y la negligencia.


Fig.2.

No obstante, la expedición de Eddington tampoco estuvo exenta de emoción. En palabras del propio Eddington:
"La lluvia cesó alrededor del mediodía y hacia la una y media... comenzamos a vislumbrar el sol. Tuvimos que tomar las fotografías a ciegas. No veíamos el eclipse, ya que estábamos demasiado ocupados cambiando las placas, salvo un vistazo para asegurarnos de que había comenzado y otro a la mitad para ver cuánta nube había. Tomamos dieciséis fotografías. Todas eran buenas en cuanto al sol, que mostraba una prominencia destacable; pero la nube había interferido con las imágenes de las estrellas. Unas pocas de las últimas fotografías mostraban unas pocas imágenes que espero que nos proporcionen lo que necesitamos...''
¡De entre las dieciséis tomas, solo una sirvió para confirmar la teoría de Einstein!
Este experimento supuso el espaldarazo definitivo a la teoría de la relatividad general. Hoy en día, repetir el experimento está al alcance de astrónomos aficionados5. a ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ el experimento estla
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Se ha mencionado que Newton había elaborado una teoría, errónea, de la óptica. Sin embargo, su idea de la naturaleza corpuscular de la luz le había llevado a predecir que el Sol influiría sobre las trayectorias de los rayos. De hecho, otro físico, Johann  von Soldner, halló también el valor del ángulo Θ ya en 1801.

Desplazamiento Doppler gravitatorio.
Otra predicción destacable del principio de equivalencia es que la gravedad no solo afecta a la trayectoria de los rayos de luz, sino también a su frecuencia ν.
Para justificarlo, volvamos a nuestro laboratorio en un campo gravitatorio g, Esta vez emitimos una señal luminosa desde el techo (Fig.3), la cual, como estamos en un sistema de referencia inercial, tardará en recorrer la altura 𝐿 del laboratorio en un tiempo 𝑡=𝐿/𝑐 antes de llegar a un punto A del suelo.
Por la igualdad entre masa y energía, un fotón de energía 𝐸=ℎν pierde energía potencial gravitatoria 𝐸𝑔𝐿/𝑐2 al descender la altura 𝐿, que se incorpora a la energía cinética 𝐸=ℎνA en ese punto inferior. Por tanto, por la conservación de la energía,
ℎν+ (ℎν/𝑐2)𝑔𝐿=ℎνA (νAν)/ν=ν/ν=𝑔𝐿/𝑐2
al descender a A en el campo gravitatorio g la señal luminosa experimenta un incremento de frecuencia ∆ν. Es decir, la señal luminosa sufre un desplazamiento hacia el azul, hacia las frecuencias más energTomo la frecuencia de la señal es la inversa de su periodo  frecuencia de una señal en presencia de un campo gravitatorio es la éticas. A la inversa, al remontar un campo gravitatorio, la señal luminosa experimentará un desplazamiento hacia el rojo, al aumentar su energía potencial en detrimento de su energía cinética.


Fig.3.

Esta predicción de Einstein no podía verificarse cuando formuló el principio de equivalencia en 1907. Desde los años sesenta, sin embargo, se ha ido comprobando cada vez con mayor precisión hasta llegar a 2·10-4, en un experimento que llevó un reloj basado en un máser de hidrógeno a una altura de diez mil kilómetros.
Este desplazamiento Doppler gravitatorio se corrige de manera rutinaria en los sistemas de posicionamiento global, GPS, basados en relojes que orbitan alrededor de la Tierra.

Dilatación gravitatoria del tiempo.
Una consecuencia adicional del desplazamiento Doppler de la frecuencia de una señal en presencia de un campo gravitatorio es la dilatación de los intervalos de tiempo.
Como la frecuencia de la señal es la recíproca de su periodo 𝑇, el aumento de la frecuencia al descender en un campo gravitatorio se traduce en una disminución equivalente del periodo𝑇 de la señal,
𝑇=1/ν ⟹ ∆𝑇/𝑇 = − ∆ν/ν = − 𝑔𝐿/𝑐2
Por tanto, el campo gravitatorio dilata los tiempos (Fig.4). Si pensamos, como en el experimento mental anterior, en dos relojes separados una altura 𝐿, el inferior va más lento, pues mide un intervalo de tiempo menor entre dos crestas de una señal luminosa.


Fig.4.

Este fenómeno ha sido comprobado repetidas veces con relojes volando a gran altura y en cohetes. Los relojes en órbita muestran un ligero adelanto respecto a sus homólogos sobre la superficie terrestre.
Es lo que les sucede, por ejemplo, a los protagonistas de la película Interstellar (atención, spoiler): al estar sometidos al campo gravitatorio intensísimo de un agujero negro, el tiempo ha transcurrido para ellos más despacio que para sus familiares que se quedaron en la Tierra. O en la recomendable canción '39, de Queen, donde se narra la partida y el regreso de una nave espacial6. Podríamos decir que un campo gravitatorio, o un acelerón intenso, nos mantiene más jóvenes.

Conclusión.
Con este capítulo he pretendido mostrar el gran paso que supuso para la humanidad la extensión que hizo Einstein del principio de equivalencia galileano. Cierto es que no os estoy contando la historia completa, pero a Einstein le proporcionó la intuición necesaria para incorporar el campo gravitatorio a la teoría de la relatividad especial.
Como hemos visto, con la ayuda del principio de equivalencia, Einstein obtuvo resultados que trascendían la mecánica clásica y que motivaron su reformulación.
Sin embargo, el principio de equivalencia no proporciona ninguna teoría consistente, aunque conduce a resultados cualitativamente correctos, por lo cual es de gran ayuda para comprender algunos aspectos de la teoría de la relatividad, sin necesidad de emplear todo su aparato matemático. Este era mi objetivo al redactar este capítulo.
No obstante, para poder comprender los fenómenos a los que apunta el principio de equivalencia, es precisa la teoría general de la relatividad, publicada por Albert Einstein en 1915, tras varios intentos fallidos.
Para llegar a ella, Einstein se apoyó, no solo en el principio de equivalencia, sino en el principio de covariancia, que afirma que las ecuaciones de la física deben tener la misma forma en cualquier sistema de referencia, inercial o no. Sus ecuaciones son tan conocidas como las de la ya mencionada identidad entre masa y energía,
𝑅μν – (𝑅𝑔μν)/2 = (8𝜋𝐺/𝑐4)𝑇μν
donde 𝑅 es la curvatura del espaciotiempo y 𝑇, su contenido de energía y momento.
Ya tendremos ocasión de hablar de ellas, cuando corresponda... De momento, os animo a consular los ficheros de divulgación de la Sociedad Española de Gravitación y Relatividad (SEGRE) en http://www.segre.es

Referencias:
[1] Straumann, N., Ed. 2004. General relativity with applications to astrophysics. Springer Verlag, Berlin, Heidelberg.
[2] MacTutor history of mathematics archive, University of Saint Andrews.

Leonardo Fernández Jambrina
Licenciado en Ciencias Físicas y en Ciencias Matemáticas.
Doctor en Ciencias Físicas.
Catedrático de Matemática Aplicada en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM).
Expresidente de la Sociedad Española de Gravitación y Relatividad (SEGRE).

Notas:
4 Preguntado Eddington si era cierto que solo había tres personas en el mundo que entendieran la teoría de la relatividad, se quedó un rato dubitativo, preguntándose quién sería el tercero.
6 Don't you hear my call though you're many years away. Don't you hear me calling you. Write your letters in the sand for the day I take your hand in the land that our grandchildren knew.

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